La viuda

Viajemos unos años en el tiempo y acompáñame al templo. Allí se encontraba Jesús con los discípulos. La gente entraba y salía, pasaban frente al arca y echaban sus ofrendas; lo hacían los ricos, los de clase media y los pobres. También, en el templo estaba ella: la viuda. No sabemos su nombre, es una de las que podemos llamar “las mujeres anónimas de la Biblia”. Y aún a pesar de no tener un nombre para recordar, Dios decidió dedicarle algunos versículos porque en su historia hay lecciones para atesorar.

Dice la Palabra de Dios, en Marcos 12 y Lucas 21, que muchos ricos echaban mucho dinero, pero que esta viuda pobre puso dos blancas, la moneda de menor valor, y eso era todo lo que ella poseía. Jesús llamó a sus discípulos y les hizo ver que ella de su pobreza había puesto más que aquellos que dieron lo que les sobraba, porque había entregado todo lo que tenía.  

¿Qué vio Jesús de especial en la viuda para no pasar desapercibida? ¿Qué había de distinto en ella, de cualquier otra mujer que se encontraba allí? Porque seguramente el templo estaba lleno de hombres y mujeres con historias que se podrían contar, pero Él eligió poner sus ojos sobre la viuda.

Escuché esta historia desde pequeña, y la enseñé muchas veces, pero esta vez había mucho más que Dios quería enseñarme y quiero compartirlo contigo.

Jesús nos enseña en estos versículos, que: ¡Él ve! Él está atento y cuando pienso que paso desapercibida, Él me ve. Tiene su atención en mi cuando estoy sola o en medio de una multitud; y aun cuando creo que lo que hago o doy es mínimo. Sus ojos están atentos siempre y ve lo que nadie puede ver, porque posiblemente otros pudieron ver la cantidad que ella puso, pero no la intención con la que lo hizo. Sin dudas, el Dios que pesa los corazones, vio que su corazón y la intención con la que ofrendó, valían mucho más de lo que realmente esas monedas costaban. El vio lo que creemos que nadie ve y le dio valor al “cómo lo hizo”, más que al “cuánto puso”. 

También Jesús “llamó a sus discípulos” e hizo público lo que estaba oculto, porque ella no expresó al ofrendar, “¡es lo único que tengo!”. Cuando hacemos las cosas de corazón para el Señor, no necesitamos promocionarnos, Él se encarga de sacarlo a la luz. Generalmente tomamos que nada hay oculto que no haya de ser manifiesto para hablar de pecado, pero también lo bueno es manifestado, y aquello que los hombres no ven, el Cielo aplaude, y el Padre se encarga de expresarlo. Jesús defendió a la viuda y verbalizó ante los discípulos su corazón. ¡Dios ve, Dios valora y Dios vindica!

¡Y de la viuda hay tanto para aprender! Estaba en la ley ofrendar, pero ella podría haber dicho, soy viuda, soy pobre, es todo lo que tengo. Podría estar encerrada en su situación y hasta justificarse, sin embargo, su condición no la condicionó para hacer lo que debía hacer. No había excusas para no hacer lo correcto.  

La ley mandaba ofrendar, pero no estaba obligada a darlo todo ¿Por qué las dio si nadie la obligaba?  ¡Humanamente perdía lo poco que tenía y, entre tanto que había, sus dos monedas nadie notaría!

No había razón alguna para que esta mujer cometa está locura, porque no había lógica en tal acción. ¡Estaba dejando ahí todo lo que tenía! Eran solo dos monedas. Podría haber pensado “doy una y me quedo una” …sin embargo no lo hizo así. ¡Dio todo y sus manos quedaron vacías! Cambió ahorro por inversión. Cambió lógica por adoración. ¡Sin dudas ella sabía a quién se lo daba! Sabía por qué y para quién lo hacía. Ella sabía que nada perdía. Podría haber ahorrado, pero no lo hizo. Y lo cierto es que no hay ahorro cuando de Dios se trata. Porque lo que no invierto para Él, lo pierdo; porque lo que no le entrego, se lo robo porque nunca fue mío, siempre fue de Él. El tiempo no vuelve y las oportunidades pasan, y amén porque Él renueva sus misericordias cada mañana, pero si Dios lo está pidiendo ¿quién soy yo para retenerlo? Y no hay razones para postergar lo que es claro que al Señor hay que entregar. Solo cuando entrego todo y mis manos quedan vacías es cuando puedo recibir lo que solo Él puede dar.

Mi madre me recuerda a esta viuda. Más allá de la situación de viudez recuerdo, que, en mi niñez, realmente vivíamos el día a día, pero cada domingo la veía ofrendar y separar el diezmo y yo pensaba ¿qué ofrenda está mujer si no tenemos nada? Pero también cada día la veía al despertarme con su Biblia abierta y en las tardes dedicando su tiempo saliendo en bicicleta a visitar abuelitas. Ella entregaba lo que tenía a Dios, mucho o poco, pero lo hacía y lo hace, no para los hombres, no por un título o reconocimiento, lo hace con el corazón y la intención correcta. Su entrega a Dios me bendijo y me bendice aún hoy.

Cuando pienso en la viuda, no puedo dejar de preguntarme ¿qué le estoy dando a Dios? Y la pregunta que sigue es ¿Qué me estoy quedando? ¿Cuánto estoy reteniendo? Porque Jesús vio lo que ella dio, pero también lo que otros retuvieron. Tiempo, dinero, posesiones, dones. ¿Qué representan las 2 monedas en tu vida? ¿Qué estás ahorrando para otro momento? ¿Con cuánto te estas quedando?

Todo lo que tenemos de su mano lo hemos recibido (1 Crónicas 29:14), ya no hay razón para retenerlo. La vida no se ahorra, o se invierte, o se pierde. Solo tú sabes que es lo que aun retienes y ya es tiempo de entregar. ¡Dios no es deudor de nadie, y darle a Él nunca es pérdida ¡Siempre es ganancia! ¡La viuda lo sabía y sus hechos lo demostraban! ¿Tú lo sabes, tus hechos lo demuestran? ¡Es tiempo de invertir en la eternidad!

La frase que Jesús resaltó de esta mujer viuda es la que tiene que caracterizarnos a nosotras hoy.

Porque todos aquellos echaron para las ofrendas de Dios de lo que les sobra; “más ésta, de su pobreza echó todo el sustento que tenía”.

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