Vivimos en tiempos difíciles, enfrentando grandes batallas contra el sistema y la cultura de este mundo que nos impone su modelo, presionándonos a seguir sus principios de conducta, valores y pensamientos. Un mundo que vive una espiritualidad sin Dios, que quiere bienestar, paz, sentirse bien interiormente y con la conciencia tranquila, pero dejando a Dios y su Palabra afuera. Donde el yo es el centro, satisfaciendo los propios deseos, aspiraciones y metas, realzando las capacidades y talentos humanos, donde nada es malo o bueno, verdad ni mentira, todo es relativo. Y así, independientes, autosuficientes, sigue a sus propios ídolos sin medir consecuencias o como afecta a otros.
Vivimos en un contexto similar al tiempo descripto en el libro de los Jueces donde cada uno hacia lo que quería o le parecía, aferrándose a ídolos, viviendo lejos de Dios y sufriendo las consecuencias de las propias malas decisiones. En medio de esto, Dios nos levanta como levantó a Débora la cuarta y única juez de Israel como sus instrumentos para guiar a las que nos rodean, acercarlos a Dios a que se arrepientan, lo conozcan, crezcan espiritualmente, ganen sus propias batallas espirituales y lo sirvan.
Solo dos capítulos del libro de Jueces, el 4 y 5 bastan para describir a Débora como una de las mujeres más influyentes del Antiguo Testamento.
Además de jueza fue profetisa, esposa de Lapidot, fue tanto una madre para Israel como una guerrera que junto a Barac guió la batalla contra sus enemigos y una compositora que cantó una alabanza de victoria distinguida como una de las más antiguas y delicada poesía hebrea.
Una mujer que estaba sirviendo fielmente al Señor, a su familia y a su gente utilizando los dones dados por Dios, para cumplir con su llamado: tener un liderazgo correcto.
Para tener un liderazgo correcto y ser de influencia al mundo necesitamos:
1. Depender en Dios, su Palabra y en el poder del Espíritu Santo para tener discernimiento espiritual.
Ella era una mujer que tenía una profunda intimidad con Dios y Su Palabra. Como profetiza tenía el ministerio de enseñanza, de advertencia y ánimo al pueblo que había perdido sus valores y principios basado en lo que Dios le revelaba sobre temas específicos del momento y del futuro.
Esta relación cara a cara con Dios, su vasto conocimiento de la ley hebrea, su obediencia en seguir sus instrucciones y sensibilidad a la guía del Espíritu Santo la hizo sabia para desempeñarse como juez de Israel.
El pueblo fue durante 40 años en busca del juicio de Débora, para que los aconsejara y les resolviera los problemas, mediara en sus conflictos y diferencias. Descansaban en su habilidad para tomar decisiones justas e imparciales y en capacidad de discernir la voluntad de Dios y transmitírsela.
La Biblia la describe como «madre de Israel«. Ella nutría y alimentaba su fe, corregía y guiaba con la Palabra, consolaba animaba y protegía a su pueblo. Se distinguía porque su corazón estaba cerca de ellos, siempre disponible y accesible a sus necesidades.
El liderazgo correcto comienza con una profunda relación con Dios, obediencia y práctica de la Palabra de Dios. No podemos nutrir a otros, guiar, aconsejar, enseñar, discipular, mediar o corregir si no nos estamos nutriendo y alimentando primero de la Palabra.
Reflejamos y reproducimos lo que somos en el interior y lo manifestamos en acciones. No podemos influenciar a otros para que reproduzcan la vida de Cristo si Su Palabra no ha transformado primero nuestra mente, carácter, conducta a la imagen de nuestro Salvador. Debemos ser un ejemplo y modelo para seguir. (1Co.11:1, Fil.3:17)
Si estamos llenas de su Palabra mediante la lectura, meditación, memorización y estudio diario permitiendo que ella haga los cambios necesarios y le damos al Espíritu el control como consecuencia, seremos mujeres como Débora, con discernimiento espiritual.
El discernimiento es la capacidad de entender y poner en práctica la Palabra de Dios para separar la verdad del error, lo correcto de lo incorrecto. (Heb. 5:13-14)
Vivimos en un mundo donde la mentira siempre está disfrazada de verdad, donde lo falso tiene suficiente verdad como para engañarnos. Por eso, para poder discernir, separar y distinguir entre una multitud de opiniones y pensamientos y detectar lo bueno de lo malo y, aún, elegir de entre todo lo bueno, lo mejor o excelente necesitamos pasar nuestra vida por el cernidor de Su Palabra.
Con discernimiento podremos aconsejar y guiar a otras hacia la voluntad de Dios.
¿Estas llena de Su Palabra, la conoces en profundidad? ¿Permites que te transforme a su imagen, eres un ejemplo para imitar? ¿Estás desarrollando una maternidad espiritual, vives para los que te rodean, eres accesible? ¿Te buscan para que los ayudes a resolver sus problemas para que los aconsejes o discipules? ¿Ven en ti una mujer sabia, santa, justa, con discernimiento espiritual?
2. Desarrollar a otros delegando
La historia comienza con Débora escuchando las instrucciones de Dios, guiando al pueblo a obedecerlas y resolviendo sus conflictos con sabiduría. Después continúa recibiendo una misión especial. Cuando estamos en comunión con Dios, y vivimos en el poder del Espíritu es ahí, no antes, cuando Él nos revela Su plan y voluntad.
En Jueces 4:6-10 nos relata que ella envió a llamar a Barac y le confirmó la misión que Dios le daba de ir a la batalla. Debía juntar a su gente en el monte de Tabor y tomar diez mil hombres de la tribu de Neftalí y de Zabulón para luchar contra Sísara, capitán del ejército del rey Jabín. Dios les promete que derrotarían a su enemigo en la batalla liberando al pueblo de la esclavitud cananea y que otra mujer, Jael, mataría a Sísara. Barac le ruega a Débora que lo acompañe porque sabía que tenía una relación estrecha con Dios, y junto a ella la victoria estaba asegurada.
Débora no buscó el poder ni el reconocimiento personal, ni el protagonismo, o ir a la batalla sola, sino que trabajó en estrecha colaboración con Barac y el pueblo, delegó responsabilidades. Lo animó ante sus dudas y los proyectó empoderándolo para liderar él mismo la batalla. También alentó a los hombres del pueblo a tomar un mayor liderazgo y responsabilidad en la liberación de Israel.
Construyó una relación de confianza y cooperación para que Barac se destaque y cumpla con el potencial que Dios le había dado; no lo dejó sólo, lo acompañó. Su liderazgo no amenazó la masculinidad de Barac, lo inspiró a actuar de manera valiente y piadosa, valoró su rol y trabajaron en equipo junto al pueblo.
Un liderazgo correcto delega, pero… ¡cómo cuesta! Porque somos controladoras por naturaleza. Delegar es confiar responsabilidad y autoridad a otro para que realice una tarea. Es descentralizar responsabilidades, no es tomarlas todas, es repartirlas todas sabiamente y potenciar la productividad del servicio.
Moody dijo: “Es mejor poner a 100 hombres a trabajar que hacer el trabajo de 100 hombres”.
Es reconocer y fomentar los dones y talentos de quienes nos rodean, identificar sus aptitudes y limitaciones, ayudándolos a crecer y desempeñar un papel activo en la misión. Debemos servir en equipo buscando la colaboración, valorando las contribuciones de otros para llevar a cabo la voluntad de Dios.
Cuando la carga del servicio aumenta no debemos volvernos más ocupadas sino más sabias, nuestra eficacia aumenta cuando compartimos la carga y la llevamos con otros.
Sigamos el modelo de Débora: Enseña con el ejemplo, comunica claramente dando instrucciones claras y específicas, selecciona las tareas y organízalas, explica el cómo, cuándo, dónde y por qué, dale los recursos, muéstrale cómo debe hacerlo, luego háganlo juntas. Deja que ella lo haga mientras tú la observas, y por último, evalúen juntas. Eso trae confianza y ahuyenta temores.
Cuando no delegamos desobedecemos el mandamiento de Dios, marchitamos a las personas, apagamos su deseo y motivación y frustramos sus dones y talentos, no satisfacemos sus necesidades de crecer y de servir. (Ex 18)
¡Qué al final de tus días tu mayor victoria o reconocimiento
no sea todo lo que hiciste sino todo lo que delegaste!
3. Diagramar un plan.
Ganaron la batalla porque todo estaba planificado de antemano. Dios le había dado un plan y una meta que siguieron puntualmente. (Jueces 4: 6-23)
El liderazgo correcto planifica. Según Prov.10:9 y 16:9 planificar es hacer proyectos, trazar o pensar un plan de acción. Es el proceso de determinar con anticipación un curso de acción, dentro de un tiempo específico, las actividades que se van a llevar a cabo, su orden y los recursos necesarios para realizarlo.
Es establecer metas. Su meta era ganar la batalla y tomaron pasos para cumplir con la visión que Dios les dio. Es hacer que el futuro ocurra más que esperar que ocurra.
La que no planifica el rumbo de su vida, ministerio, de sus batallas diarias, vive improvisando y probablemente obtendrá el fracaso de su desorganización.
¿Eres una sierva que planifica o improvisa? ¿Tienes un plan, una meta y una estrategia para alcanzar la victoria? ¿Vives en victoria o en derrota espiritual y ministerial?
4. Da la gloria a quien la merece
Cuando la victoria se logró, Débora y Barac no se atribuyeron el mérito, sino que alabaron a Dios con un cántico de gratitud y reconocimiento al Señor contagiando al pueblo a hacer lo mismo. (Jueces 5) El liderazgo correcto es humilde porque reconoce que los logros son por Él y para Él. ¿Entiendes que solo es su gracia en nosotras y por gracia servimos, que somos instrumentos inútiles en manos de un Dios poderoso? ¡Solo Él es digno de toda la gloria!
La batalla espiritual en nuestros días es tan intensa como lo fue en los días de Débora. El enemigo no es menos poderoso, por eso, la Iglesia necesita mujeres que practiquen un liderazgo correcto, mujeres que conozcan, vivan y transmitan la Palabra, mujeres de fe, valientes, decididas a luchar y ganar batallas, que aconsejen y discipulen con discernimiento espiritual, que influencien no solo su generación, sino también por los siguientes cuarenta años.
¿Serás esa mujer que se despierte y se levante como madre de su pueblo? ¿Qué impacto dejará tu vida en tu generación y en la venidera? ¡Lidera como Débora!