Mi nombre es Nelly Villalba, soy de Buenos Aires, Argentina. Estoy casada hace 28 años con Marcelo Gajardo; tenemos dos hijos: Juan Ignacio (23) y Santiago (17). Hace 21 años que vivimos en España como misioneros de Palabra de Vida, además estamos sirviendo en una iglesia en Madrid, donde mi esposo es Pastor. Crecí en un hogar donde al principio mi madre era cristiana, pero mi padre no, por lo tanto los domingos iba a la clase de escuela dominical y los sábados a clases de catecismo. Desde pequeña fui formada con la idea de un Dios Creador y Salvador; me gustaba ir a la iglesia, formaba parte de mi vida, mi familia, era mi rutina. Cuando me preguntaban por mi vida espiritual ya conocía las respuestas que tenía que decir, porque las había aprendido, pero nunca me las había planteado de forma personal. Hasta que a los 13 años, durante un campamento, fui confrontada con mi religiosidad, lo vano de asistir a una iglesia y tratar de cumplir normas. Recuerdo que mi consejera me dijo que mi vida era como una rama de hojas secas, si se exponía al fuego en poco tiempo no quedaba nada; en ese momento no le hice mucho caso, pero una semana después de regresar, estando sola en casa, reconocí que era una pecadora, que no podía salvarme a mi misma por mis méritos y le pedí a Cristo que me salvará. Desde ese momento tengo la seguridad de la vida eterna por Su Palabra, porque Dios perdonó todos mis pecados. Durante mi adolescencia y tiempo de secundaria, tuve altibajos en mi vida cristiana, esperaba el verano para asistir a los campamentos, ponerme a cuenta con Dios y ese empujón duraba un par de meses, luego me desanimaba y esperaba alguna conferencia o alguna reunión que me ayudara a llegar al siguiente verano. Pero en mi último año de secundaria, tuve una crisis de fe, y aunque no llegué a dudar de la existencia de Dios, no encontraba sentido a la vida cristiana. Ese año volví a asistir a un campamento, pero con la idea clara de estar simplemente con algunos amigos, me había prometido no hacer ningún compromiso, ya que no estaba dispuesta ni siquiera a intentarlo. Ese año, por primer vez, observé al resto de los equipantes, no solo a los consejeros, o a las personas que estaban llevando el programa. Observé jóvenes que trabajaban mucho, pero disfrutaban lo que hacían, se los veía contentos, a diferencia mía, que estaba totalmente disconforme y amargada. Pero en esa semana, una vez más, fui confrontada con la Verdad de la Palabra de Dios y mi oración fue: “Dios, si realmente existes, quiero que mi vida cambie y pueda transmitir lo que estas personas transmiten”. Ese año no hice ningún compromiso externo, no compartí con nadie mi decisión, pero en mi corazón tomé la determinación de vivir para Dios, y desde ese momento no volví atrás. Algunas veces me detuve, otras fui más lento, pero siempre seguí caminando de la mano del Señor. Un par de años más tarde fui a estudiar al Instituto Bíblico. Sin lugar a duda fue un tiempo especial, no siempre fue fácil, pero fue un tiempo que Dios usó para confrontarme conmigo misma y también aprender de Él y su obra. Al finalizar mi tercer año me casé y junto a mi marido formamos parte del equipo de Palabra de Vida en el área de Clubes Bíblicos y Fundación de Iglesias. Fue uno de mis mejores tiempos en el ministerio, disfrutaba de cada cosa que hacia, durante la semana estaba en el Instituto Bíblico colaborando en la oficina de Vida Mujeres, y los fines de semana estaba con mi familia haciendo ministerio en nuestra iglesia. Mi pequeño hijo crecía en el mejor lugar que yo podía elegir para él. Cuando nos propusieron orar para salir a otro país, mi primer respuesta fue no, estábamos muy bien allí, pero obviamente entendía que debía orar y hacerlo con una actitud dispuesta a que Dios nos mostrara otra cosa. Un año después estábamos preparándonos para viajar a España. Los primeros años fueron muy difíciles para mí, vivía extrañando lo que había dejado, amigos, familia, ministerio, todo parecía peor; me encontré sola, con Dios y conmigo misma. Ese tiempo me sirvió para conocerme, ser sincera conmigo y darme cuenta que no me gustaba lo que veía de mí, pero era necesario para comenzar el cambio y conocer a Dios de una forma más íntima y personal. Agradezco a Dios por su Gracia y su Misericordia, que son nuevas cada mañana, gracias porque se niega a dejarnos en el estado en que nos encontró. Hoy disfruto tanto, como en aquel primer momento, de servir a Dios junto a mi familia, trabajando con niños, mujeres, en la iglesia y en campamento. Pero lo que más disfruto, es poder acompañar a jóvenes y animarlos en su servicio a Dios, viéndolos poner todo lo mejor de ellos y luego quedarnos a un lado, para simplemente maravillarnos de lo que Dios ha hecho. Me gustaría terminar animándote a que aún en medio de la crisis, puedas seguir disfrutando de servir a Dios con alegría, pero sobre todo, de seguir maravillándote de ver a Dios obrar, porque somos suyos y es Su poder (Sal. 100:2-3). Por último, te comparto el versículo con el que fui confrontada cuando tenía 19 años:
“y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos”. 2 Corintios 5:15
Puedo decir con toda seguridad, que día a día sigo siendo animada a vivir por Aquel que murió por mí.
Muchas gracias por el testimonio, fue de bendición para mi ya que me identifico en algunos aspectos.
Muy buen articulo. Gracias por compartirlo.