«Ganá su corazón» Ministrando a la joven universitaria

Hace algunos años, cuando fui una joven universitaria, me enfrenté a varias situaciones y momentos de crisis que pusieron a prueba mi fe y, revelaron mi corazón. Haber elegido una carrera del área de sociales, hizo que tuviera que leer con discernimiento cada texto, y fortalecerme en mis convicciones ante las filosofías antibíblicas. Poder dar testimonio de mi fe a mis compañeras fue uno de los mayores desafíos, que a veces enfrenté bien y otras, no. También fue una etapa en donde tuve que aprender a resolver mis necesidades económicas, aunque contaba con el apoyo de mis padres. Tuve que aprender a ser completamente responsable de la administración del tiempo y cumplir con mis responsabilidades. Uno de los mayores desafíos fue poder seguir sirviendo al Señor, y al mismo tiempo estudiar. Los viajes en colectivo yendo a discipular eran mis aliados de lectura para las materias. Y en ese sentido, una de mis mayores luchas fue lidiar con la autosuficiencia y el perfeccionismo que hasta perjudicó mi salud. Pero en todos esos años puedo reconocer que Dios me moldeó, y me dio su victoria.

Cuando tuve la oportunidad de servir al Señor junto a mi familia, compartí tiempo con jóvenes en la misma etapa que te conté, y también con jóvenes más grandes que ya habían terminado sus estudios o los estaban finalizando.  Chicas con autonomía en diversos aspectos (como el económico, habitacional, etc.), afrontando responsabilidades de cuidado y asistencia de sus padres, o de otros familiares. También amaban servir al Señor con sus recursos, dones, y talentos.  En esta etapa, la soledad se empieza a hacer más patente, la frustración por los deseos o metas que no se van concretando duelen, y la soltería empieza a ser más larga de lo pensado. A veces, arrasan problemas económicos, familiares, e incluso con otros vínculos que deben enfrentar como adultas, y ya no como jóvenes bajo el cuidado paterno.

Entonces, cuando pensamos en las jóvenes universitarias podemos pensar en un sin números de situaciones y de luchas distintas que abarcan todos los órdenes de la vida. Dice Isaías 40.30:

“Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen…” Isaías 40.30

Pareciera contradictorio que sean los jóvenes los que se cansen, se debiliten y caigan. Sin embargo, si vemos el pasaje con detenimiento podemos entenderlo mejor. Al hablar de jóvenes se refiere a aquellos que fueron elegidos por su fuerza para una empresa en particular. Entonces, ¿por qué alguien que es considerado fuerte para una tarea, decae? Muchas veces, son esas frustraciones que mencionamos anteriormente que llevan al abatimiento: la soltería, la lucha con el mismo pecado una y otra vez, o las situaciones de alrededor que no cambian y generan dolor, hacen trastabillar. En las más jovencitas, las luchas diarias con la fe en medio de carreras que niegan al Señor, la batalla sexual en un contexto cada vez más promiscuo, la sobre exigencia por cumplir con todas las responsabilidades, entre otras son algunas de las causas de la fatiga y la caída. A la vez, lo interesante del pasaje es que la palabra jóvenes puede referirse a “juventud”, o sea una grupalidad. Si trabajas con jóvenes, sabes que en esta etapa hay mucha solidaridad y sentido de grupo y ayuda mutua (he visto amigas transformarse literalmente en familia y sostenerse en el Señor). Pero también, esta grupalidad puede tener un aspecto negativo, cuando es solo un espacio de “catarsis” emocional y hay un efecto contagioso de desanimo, de compartir lo doloroso, pero sin un propósito de edificación espiritual. A veces, el hecho de compartir tiempo solo por compartirlo lleva al grupo a encerrarse en sí mismo y reproducir ese egoísmo individual que puede surgir en esta etapa. Las frustraciones, los dolores, las metas y responsabilidades a cumplir, la ocupación del tiempo, hacen correr el riesgo de que las jóvenes se enfoquen en ellas mismas, y es allí, donde aparece la ingratitud, el vacío espiritual, el abatimiento.

“pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán.” Isaías 40.31

El mismo pasaje nos da la clave para entender cómo guiar al discipulado en esta etapa. Aquellos que se ligan (lit.) al Señor, aguardan, confían, son los que renuevan su plumaje como las águilas, o, mejor dicho, los que “echarán nuevo plumaje como águilas”. Estas pasan por un momento crítico en la vida en que deben entregarse a morir o renovar su plumaje, sus garras y su pico. Este es un proceso doloroso, pero de rejuvenecimiento.

 ¿Cómo podemos acompañarlas en este proceso?

  • En primer lugar, el discipulado siempre se va a tratar de caminar juntas. Dice Lucas 8.1 “…y los doce con él”. Fue en la vida cotidiana que Jesús formó el carácter de sus discí Compartieron viajes, tempestades, falta de comida, milagros, peligros, amistad. Las jóvenes necesitan compartir sus vidas contigo y que compartas la tuya con ellas. Saber que no hay vidas más bendecidas que otras, perfectas o sin luchas, puede ser de mayor influencia en su fe que una larga exposición bíblica. Porque es allí donde pueden ver tus caídas, tu fe y la obra del Señor en ti. ¿Pensaste en compartir un almuerzo con ella y tu familia? ¿Pensaste en compartir juntas una noche de estudios para un parcial? No esperes el momento ideal, es la cotidianeidad que podemos “esperar” juntas al Señor y ver su obrar.
  • En segundo lugar, acompáñalas en el proceso de entender qué «plumaje» deben desechar. Así como las águilas deben cambiar de plumaje y maduran, tal vez deban luchar con un pecado arraigado, tal vez deban trabajar en perdonar, tal vez tengan que lidiar con la ingratitud y la falta de confianza en el Señor. El primer paso es poder reconocer aquello que debe salir de la vida, pero no es por mérito o esfuerzo propio, sino como cantaba el salmista “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad…” (Salmos 139: 23,24). Clama al Señor para que pueda traer discernimiento a la vida de tus discípulas y sabiduría a la tuya para atravesar estos períodos, dolorosos, pero necesarios para avanzar.
  • Por último, acompáñalas en descubrir qué quiere el Señor de sus vidas. Como dice Isaías, a veces es correr, a veces es caminar, pero siempre hay un propósito, siempre hay obras de antemano que él preparó para que ellas hagan y disfruten. ¡Qué mejor etapa de servicio! “El soltero tiene cuidado de las cosas del Señor”, decía Pablo. Pregúntales qué tienen en sus manos para servir y para alcanzar a otros con el Evangelio, qué dones les ha dado el Señor, qué sueños tiene Dios para ellas. Aquí la oportunidad de salir del ensimismamiento, para velar por los otros, por los hermanos, para edificar el cuerpo de Cristo, para extender el reino de Dios.

Seguramente podrás pensar más maneras de ministrar a jóvenes universitarias y eso es maravilloso porque tiene que ver con la multiforme gracia de Dios acorde a cada necesidad. Pero te animo a que el centro del discipulado pueda ser volver siempre la mirada al Señor como aquel que TODO LO LLENA EN TODO. O bien, como menciona un comentarista sobre Isaías 40.31: «El diseño aquí es contrastar a los más vigorosos de la raza humana (los jóvenes) con Dios, y mostrar que mientras todos sus poderes fallan, el poder de Dios es inagotable».

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