“¿Por qué?” fue una de las preguntas que llamó mi atención al leer un libro en estos días; “¿por qué hago lo que hago?” el autor allí menciona, cómo en diversas ocasiones podemos estar haciendo muchas cosas, cosas “buenas”, “espirituales” pero con una motivación incorrecta. Al pensar en esto, realice un examen a mi corazón y la conclusión no me agradó; cuántas veces he hecho cosas, “he servido” a otros y aún ¡he pensado que “sirvo” a Dios!, pero en muchas ocasiones lo he hecho con motivaciones equivocado.
En Mateo 6:1-10 podemos ver que Jesús advierte a sus oyentes diciendo:
“guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos”.
Al examinar el contexto es interesante notar que para los judíos estas tres prácticas: el acto de dar limosnas, la oración y el ayuno eran consideradas acciones centrales que debía practicar un judío para tener una “vida buena” o para ser “bien visto” por la sociedad. Ahora bien, Jesús no condenó en ningún momento las acciones que, en sí mismas, son “buenas”, pero sí llamó la atención sobre el “móvil” que los llevaba a realizar estas acciones; “lo que desalentaba a Jesús era que, en la vida humana, tan a menudo, las cosas más auténticas se pueden hacer por motivos equivocados” (Barclay).
Y esta era la realidad de los fariseos que Jesús condenó duramente: hombres religiosos, que vivían imponiéndose cargas e imponiéndolas a los demás, realizando acciones litúrgicas, pero por dentro estaban ¡MUERTOS!, llenos de toda clase de impureza y maldad. Habían caído en el engaño de “vivir haciendo” pero no con el propósito correcto, sino para ser vistos y admirados por los otros. Y si no somos cuidadosas podemos terminar viviendo de esa misma manera: religiosas por fuera, pero llenas de envidia, orgullo y toda clase de pecado en nuestro interior que trae como resultado una vida vacía y llena de insatisfacción.
Pensando en esto, te pregunto: ¿no te ha pasado de luchar en tu corazón por hacer las cosas del ministerio, pero sin tener el verdadero deseo de servir a Dios o a los demás?, ¿de sólo hacer el ministerio para quedar bien con otros, para que vean lo fiel y servicial que eres?,¿has buscado recibir el reconocimiento de otros o de tus autoridades por las cosas que haces? En lo personal, no puedo dejar de reconocer que, en ocasiones, esta ha sido mi experiencia, pero lo que más me “asusta” es que muchas veces ni siquiera he sido consciente de ello, y no me he dado cuenta de cómo muchas veces termino haciendo las cosas con el enfoque puesto en mí, ¡o para resaltar mi propia persona en vez de exaltar a Dios!
Volviendo al pasaje, me gustaría que notaras como comienza el versículo 1: “guardaos…” Esta palabra en el original significa “prestar atención”, “tener cautela”, “estar atento”, “tener cuidado”. Pero, tener cuidado ¿de qué? ¿de hacer estas obras que menciona después?, ¡claro que no! el versículo continúa diciendo: “guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos…” Esto debe encender una luz de alerta para nosotras también, porque bien nuestras acciones pueden ser “buenas” nuestro corazón es engañoso y perverso (Jer. 17:9). Es por eso que en Proverbios 4:23 se nos insta a “guardar” (cuidar) nuestro corazón porque de él mana la vida” y en otra versión dice: “porque este determina el rumbo de tu vida” (NTV). Si te fijas bien, en ambos versículos se repite este mismo concepto de “guardar”, “prestar atención”,” tener cuidado”. Por eso, es importantísimo poder examinar constantemente hacia dónde me va “guiando” mi corazón, porque puedo vivir toda una vida llena de religiosidad, pero completamente alejada de la aprobación de Dios y de la satisfacción plena que sólo Él me puede dar.
Hay dos cosas a las que Jesús nos llama a prestar atención: la primera es la de buscar “nuestra propia justicia” (hacer nuestras buenas acciones – NTV) y, la segunda es buscar “ser visto” por los demás (para que los demás nos admiren – NTV). Es interesante notar que en ambas el propósito es resaltarse a uno mismo, olvidando y sacando completamente a Dios de la ecuación. Pero ¿no debería ser acaso Dios el motivo y la razón de nuestro servicio? Esto revela que muchas veces somos nosotras mismas el objeto de nuestra alabanza, nos ponemos en lugar de Dios y queremos recibir la gloria que sólo Él se merece. ¿cuál es el resultado? Una vida religiosa por fuera, pero vacía, hueca, sucia por dentro; y como si fuera poco, la pérdida de toda recompensa celestial, porque termina diciendo “de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos”. Aquí la idea es que, al tener el reconocimiento de otros en la tierra, obtenemos un pago “incompleto” porque no podremos alcanzar las recompensas que sólo Dios nos puede dar. Seremos personas que se aferran a las recompensas terrenales, pero dejaremos escapar las que tienen un verdadero valor, las de la eternidad.
Para guardar el corazón cada día debo llevar a la práctica estas dos acciones, para poder ser libre de la religiosidad y de la vanagloria.
Examina tu corazón
Es un desafío poder evaluar y examinar constantemente nuestro corazón y las motivaciones que tenemos para hacer el ministerio y el servicio ¿Busco exaltar a Dios o a mí misma? ¿Estoy deseando que otros noten lo que hago y se fijen en mí o lo que hago lleva a las personas a mirar a Dios?
“Examinar nuestras motivaciones es esencial puesto que, al hacerlo, llegamos a descubrir aquello que nuestro ser interior realmente ama” (N. Tranchini). Es decir, podemos pensar que estamos obedeciendo el mandato de Dios a servir, pero podemos olvidarnos del gran mandato de “amar a Dios” con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente (Mt. 22:37)
Enfócate en Dios
Cuando quitamos a Dios del centro de nuestras vidas, o de nuestro servicio, automáticamente comenzamos a mirar otras cosas o personas y ¡nos desenfocamos! Por eso Jesús sabiamente advirtió de tener cuidado en hacer las cosas “para ser vistos» por los demás. Estamos en una era digital donde lo que se promueve es exponerse a uno mismo, mostrar todo el tiempo lo que hacemos y lo que somos y queremos subirlo a todas las plataformas posibles, olvidando que el «olor grato» que sube delante de Dios y que lo que Él busca es el corazón contrito y humillado (Salmos 51:17) Enfocarme en Dios no solo implica cuidar lo que voy a subir a mis plataformas digitales o lo que voy a mostrar a otros con mis acciones, es estar consciente de que todo lo que haga, diga y piense, puede ser una plataforma que haga «subir» un aroma grato a Dios a través de manifestar Su conocimiento (2 Corintios 2:15) y de llevarle siempre la gloria sólo a Él.
Ahora es el momento de examinar y enfocar:
¿Por qué hago el ministerio? ¿qué es lo que me motiva?
¿Qué es lo que mi corazón realmente anhela?
¿Busco ser reconocida por otros? ¿quiero demostrar quién soy o lo capaz que soy o busco que Dios sea glorificado?
“Señor, ayúdame a tener un corazón correcto ante tus ojos y que todo lo que piense, hable y haga, solo sea para que otros puedan darte toda la gloria a ti.” Amén.