Por lo que soy hago, no al revés

Desde que tengo memoria estuve sirviendo en distintos ministerios de mi iglesia, me llamaban “la que enseña a los niños”, “la chica de multimedia”, “la que siempre está cuando necesitas”, esas etiquetas eran algunas con las cuales me empecé a sentir identificada, pero ¿sabes cuál fue el peligro en esas frases? Mi valor lo comencé a basar en lo que hacía y no en quién realmente era como hija de Dios, cómo era que Dios me veía, y hasta me atrevería a decir que empecé a pensar, que valía para otros solamente por las cosas que hacía por ellos.

Satanás comenzó a susurrarme al oído que solo valía porque era “útil” para esas personas, que, si dejaba de hacerlo, esas personas ya no me querrían más.

El tiempo pasaba, y ese sentimiento era más fuerte. Dios me detuvo en varias ocasiones, pero mi deseo por ser valorada por otros era más grande, fui olvidando cuán importante era para mi Dios, el Dios que había pagado un alto precio. El único que podría despreciarme al conocer cada rincón de mi ser ¡no lo hacía! ¡Al contrario! No se rendía, y me recordaba cuán importante era para Él

Me viste antes de que naciera. Cada día de mi vida estaba registrado en tu libro. Cada momento fue diseñado antes de que un solo día pasara. Qué preciosos son tus pensamientos acerca de mí, oh Dios. ¡No se pueden enumerar!

Salmos 139:16-17 (NTV)

Los últimos años pasaron cosas en mi vida que solo me llevaron a ver hacia un lugar, el altar de Cristo. Todo lo que hacía lo dejé de hacer, y allí quedé, sólo Él y yo. No más responsabilidades, no más reuniones, no más tareas… un escritorio, mi Biblia y yo, completamente desenfocada e intentando recordar quién era realmente.

Ahí recordé verdades tan “básicas”, como el haber sido libertada del pecado y hecha una sierva de Dios para vivir en santidad (Romanos 6:22), me humilló al recordarme que cualquier cosa buena que procedía de mí era gracias a Él (Santiago 1:17). Antes era llamada «Hija de Desobediencia» (Ef.2:2), pero ahora, por la gracia inmerecida de Dios, era llamada «Hija de Dios» (1 Juan 3:1).

Promesas vinieron a mi mente, pero, sobre todo, volví a recordar el valor que tenía para la persona más importante en este mundo, mi Salvador. No por algo que yo pudiera hacer, si no por lo que él ya había hecho, aquel que me amaba y lo seguía haciendo me otorgaba un valor incalculable.

Quizás, al igual que yo, estás corriendo, cumpliendo con todo lo que tienes que hacer, y de a poco comenzaste a perder tu verdadera identidad ¿sabes? éste es un buen momento para detenerte, o a lo mejor estás detenida porque Dios en su soberanía lo ha querido así (recuerda que a Él no se le escapa nada de Sus Manos). Por eso te invito a pensar y responder ¿Sabiendo lo que soy, hija de Dios, estoy haciendo lo que Dios ha puesto hoy en mi vida? ¿O solo estoy viviendo por la agenda que llené y necesito cumplir? Si hoy dejara de hacer lo que estoy haciendo ¿perdería mi valor?

Si tu respuesta es “sí” a esta última pregunta, creo que necesitas abrir tu Biblia y recordar el valor que tienes para la persona más importante, tu Salvador, cuando entiendas que Él conoce hasta lo más íntimo de tu ser y aún sigue buscándote y dándote valor, tu manera de ver la vida va a cambiar, lo que te dices al espejo cada mañana te permitirá vivir de acuerdo con el valor que tienes para nuestro gran y buen Dios.

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