La necesidad de aliento

¿Recibiste alguna vez un regalo que no necesitabas o que no te gustaba? ¿Alguna cosa que ni siquiera sabías para qué se usaba? ¡Seguro que sí! A mí me pasó… Dije gracias por cortesía, pero deseando tener la posibilidad de cambiar el regalo. Cada una de nosotras es diferente, tiene gustos y necesidades distintas. Si ofrecemos algo, debemos considerar las características del que lo recibe.

1 Tesalonicenses 5:14 dice: “También os rogamos, hermanos, que amonestéis a los ociosos, que alentéis a los de poco ánimo, que sostengáis a los débiles, que seáis pacientes para con todos”.

Pablo enseña en este pasaje sobre relaciones dentro de la iglesia local. Los versículos 12 y 13 hablan sobre cómo debe ser nuestro trato con nuestros pastores, versículos 14 y 15 sobre el trato que debemos tener entre nosotros, las ovejas, y 16 al 22, cómo debemos relacionarnos con Dios, nuestro buen Pastor.

Cada uno de los creyentes tiene responsabilidades delante del Señor hacia los demás. Estamos estudiando durante este mes cómo ministrar a las personas que Dios pone a nuestro alrededor según su estado espiritual, tratando a cada uno según su necesidad.

Hoy nos enfocaremos en el segundo grupo de personas que menciona 1 Tesalonicenses 5:14: “los de poco ánimo”. La palabra griega que Pablo usa para calificar a estos creyentes aparece esta única vez en toda la Biblia, es oligópsyxos (olígos, «de poca cantidad» y psyxē, «alma»). Se refiere a una persona insegura, temerosa, triste, preocupada, inestable, a alguien carente de identidad, que no tiene una personalidad definida. Si estás en Clubes Bíblicos o en un ministerio con adolescentes o jóvenes esta descripción seguramente te parezca familiar. Siendo sinceras, también cada una de nosotras podemos identificar una o varias de estas cualidades, en algún momento en nuestras propias vidas.

Hay ejemplos en la Biblia de personas que perdieron el ánimo. Algunos muy conocidos: Job fue probado y aunque fue un ejemplo, pasó por momentos de dudas y confusión. David se sintió sin aliento repetidas veces y las registró en los Salmos. Elías, agotado después de un triunfo tremendo, huyó muerto de miedo. Pedro perdió su identidad volviendo a pescar peces después de negar al Señor. Aunque el pecado puede originar la falta de ánimo, no es la única causa.

Recuerdo hace algunos años atrás, pasando por un tiempo de prueba, me sentí realmente desanimada, cansada, triste, desorientada. Dios me permitió aprender y vivir sus promesas, pero en medio de ese proceso, algo que experimenté fue la soledad. Nadie quería estar cerca de alguien desanimado. Fueron muy pocas las personas que estuvieron cerca mío. Por eso cuando leo el desafío, el tratamiento indicado por el apóstol Pablo para con estos creyentes, no puedo dejar de emocionarme.

¿Qué hacemos con los de “poco ánimo”? ¿Les marcamos el error? ¿Tomamos distancia hasta que cambien? ¿Los hacemos a un lado? Pablo no sólo nos pide, “nos ruega que los alentemos”. Veamos qué significa esta palabra: Alentar, en griego paramythéomai (pará, la primera parte significa «desde junto a» y la última parte mytheomai, «un habla reconfortante»). Es exactamente eso, acompañar a la persona desanimada con palabras vivificantes. Darle el ánimo que le falta.

Esta palabra aparece tres veces más en el Nuevo Testamento (1 Tesalonicenses 2:11, Juan 11:19 y 31). Probablemente Dios te esté dando la posibilidad de ministrar a una o más jóvenes, mujeres que necesitan ser alentadas. Teniendo en cuenta los pasajes en los que se menciona esta palabra, observemos juntas algunos consejos prácticos sobre cómo ayudar a personas de poco ánimo:

Estando cerca

Muchos se habían acercado para estar con Marta y María al saber de la muerte de Lázaro (Juan 11). En ese tiempo no existía el teléfono ni el internet, así que ellos se movilizaron y fueron a la casa de las hermanas. Hoy contamos con muchas más herramientas de comunicación. Sin embargo, el énfasis está en estar presentes, disponibles para la persona que queremos alentar; que camines al lado, que sepa que estás genuinamente interesada en ella con un mensaje de WhatsApp, acompañándola en un turno médico, visitándola en la semana, invitándola a desayunar… cualquier oportunidad que el Señor ponga en tu corazón como un gesto de amor fraternal será una bendición para ella.

Consolando

Según el diccionario, consolar es “aliviar la pena o aflicción de alguien”. Podemos consolar a otros cuando hemos sido consoladas (2 Corintios 1:3-4). Tenemos al Espíritu Santo, nuestro parakletos, quien intercede, nos aconseja y auxilia en todo momento (Juan 14:16, 14:26, 15:26). Él nos capacita también para hacer una obra espiritual de consolación en otros. Podemos, por la gracia de Dios, ser canales de consuelo. Tres aspectos fundamentales (seguro hay más, pero consideremos al menos estos tres) sobre lo que implica consolar:

  1. Abrir mis oídos. Saber escuchar al otro es fundamental si mi intención es aliviar y ser de bendición. Mencionamos a Job. Sus amigos lo visitaron, pero fueron rápidos a la hora de emitir sus opiniones y lentos para prestarle atención, mucho más lentos para ponerse en su lugar… lo que nos lleva al siguiente punto.
  2. Abrir mi corazón. Ponerse en el lugar del otro. Cuán importante en el ministerio es la empatía. Compadecerme ante el sufrimiento o la necesidad de la persona. Jesús, aun sabiendo que Lázaro resucitaría, fue sensible al dolor de Marta y María.
  3. Abrir mi boca. La Biblia habla mucho sobre cómo deben ser nuestras palabras. Proverbios 12:18, 16:23 y 24 dicen que la lengua del sabio es medicina, es un alivio para el que lo oye. 1 Pedro 4:11 nos enseña que debemos hablar conforme a la Palabra de Dios, ella es viva y eficaz para consolar al alma necesitada. Efesios 4:29 dice que nuestras palabras deben ser buenas para la necesaria edificación, Colosenses 4:6 nos dice que debemos hablar con gracia.

Enfocándonos en Jesús

María y Marta se encontraron con Jesús. Ellas siguieron angustiadas y confundidas hasta que estuvieron con el Señor. Las respuestas están en Él. Animemos a la persona desalentada a ir a la fuente de toda gracia (Juan 1:16, 2 Corintios 9:8). Jesús tuvo para cada una las palabras justas, y las tendrá para la mujer a la que deseas alentar. Me encanta la actitud de Marta, inmediatamente después que resolvió su situación con el Señor, buscó a su hermana y le dijo en secreto: “El Maestro está aquí y te llama” (Juan 11:28). Qué podamos ser como Marta, acercándonos a nuestra hermana de poco ánimo para recordarle que el Maestro la llama.

Dios quiere usarnos para alentar a otros. Tal vez te encuentres en este momento sin ánimo para compartir… ¡el Maestro te llama! Corre a sus pies, desahógate, deja que te consuele y te dé el alivio que tu corazón necesita. Si el Señor puso en tu vida a alguien de “poco ánimo”, ya sabes cuál es el tratamiento indicado. ¡Qué podamos estar listas para ministrar a cada persona conforme a su necesidad!

 

 

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1 comentario en “La necesidad de aliento”

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