Era sábado. Como cada día de reposo, ella probablemente se levantaba y se preparaba para ir a la sinagoga a escuchar la enseñanza de las Escrituras. Cada vez era más difícil moverse, cambiarse y caminar hasta el lugar. No sabemos su nombre, era conocida como “la mujer encorvada”. Hacía 18 años que sufría esta enfermedad. Su espalda estaba doblada, jorobada y aunque lo había intentado de muchas maneras, no había podido enderezarse.
El Dr. Lucas es el único que registra su historia en Lc. 13:10-17. La enfermedad de esta mujer (seguramente “cifosis”) era crónica y severa. La palabra griega que se traduce como “encorvada” en el versículo 11 es “sunkúpto” y significa agacharse totalmente. Sin duda, ella había aprendido a convivir con ese constante dolor de espalda, le costaba sentarse, acostarse, levantase, caminar. La rigidez de su columna le impedía mirar hacia arriba y hacia adelante, su visión era limitada. Le causaba también problemas digestivos, como reflujo y dificultad para tragar. La sociedad no era amable con las personas enfermas, se las consideraba merecedoras de lo que les había tocado vivir. Además, su imagen física era diferente al resto. Su debilidad era evidente. Para ella misma, ver en el espejo como su cuerpo iba doblándose cada vez más debe haber sido motivo de angustia.
Según artículos médicos, hay diferentes grados de cifosis y puede darse por distintas causas. Puede desarrollarse por mala postura. Cuando una persona vive encorvada, en su vejez probablemente tendrá una joroba o curvatura. Algo sencillo como una mala postura puede ir deformando lentamente nuestra vida. Y me refiero en este caso, no solo a lo físico sino también a nuestra salud espiritual. Un pensamiento equivocado arraigado en la mente, afectos o amistades que no convienen, palabras que hieren, malos hábitos pueden torcer nuestra vida al punto de deformarla. Otra causa de esta deformación física puede ser por consecuencia de fracturas u otras enfermedades óseas. La cifosis aparece en la vida de la persona por algo en particular. Este es el caso de la mujer de nuestra historia. Hacía 18 años que ella padecía esta enfermedad. El versículo 11 dice que ella: “tenía espíritu de enfermedad”. La raíz de su problema era espiritual. No sabemos si un demonio moraba en ella o como Job, había sido enferma por Satanás (Job 2:7), pero no poseída. No tenemos detalles sobre de la condición espiritual en la que esta mujer se encontraba. Sabemos que no había manera de que ella sea libre de la carga de esta enfermedad sino era mediante la autoridad y el poder de Dios. Otra causa de esta deformación puede ser congénita. Hay personas que nacen así. Los huesos de la columna que no se desarrollan correctamente antes del nacimiento pueden ocasionar cifosis. Hay circunstancias que, en Su soberanía, Dios permite en nuestra vida para cumplir Sus propósitos. Tal vez te sientas identificada en algún punto con el sufrimiento de esta mujer, no necesariamente hiciste algo indebido, pero estás padeciendo deformaciones en tu vida, situaciones que necesitan de la intervención del poder Dios. Para esta mujer fue clave estar en el tiempo y lugar correcto.
¡Llegamos a mi parte favorita de la historia! Un día de reposo, en una sinagoga de Judea, sucede lo que relata Lucas 13:12: “Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: Mujer, eres libre de tu enfermedad”. El maestro estaba enseñando e hizo una pausa. Ella no levantó la mano para llamar su atención, nadie intercedió ante Jesús por ella, pero el Señor la vio. El versículo 13 además dice: “Y puso las manos sobre ella; y ella se enderezó luego, y glorificaba a Dios”. Consideremos esta escena por un momento: Jesús la ve y la llama. Ella se acerca pasando entre las personas, caminando con dificultad y llega a donde está Jesús. Él le dice que es libre de su enfermedad y pone sus manos sobre ella, la toca. Él interviene, endereza lo torcido de nuestra vida, toca nuestras miserias, sana nuestras dolencias como y cuando Él quiere. Este cuadro es una muestra de la soberanía de Dios. Ella no pidió nada, Jesús la sanó porque quiso hacerlo. La palabra griega para “enfermedad” en este texto es la misma de Mateo 8:17 “para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: Él mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias”. Nuestro Señor tiene el poder de liberarnos de cualquier carga que limite y estorbe nuestra vida espiritual. Él quiere enderezar lo torcido en nuestra vida. Qué alivio ha de haber experimentado la mujer en su espalda, el dolor instantáneamente desapareció. ¡La joroba ya no estaba! Su espalda estaba sana. Ella glorificaba a Dios.
La historia continúa con el enojo del líder de la sinagoga. Jesús expone la hipocresía de los religiosos de ese tiempo, no muy diferente en nuestros días. El milagro sucedió delante de sus ojos, pero estaban concentrados y atados a sus propias leyes. Esta es la última vez en la Biblia que vemos a Jesús en una sinagoga.
Como conclusión, ¿qué podemos aprender de esta mujer? Algunas reflexiones para terminar:
Ella buscó escuchar la Palabra de Dios. Pese a su dolor y dificultades para movilizarse, asistió a la sinagoga esperando escuchar lo único que sería de medicina a su corazón. Busca ayuda en el lugar correcto. La Palabra de Dios es la fuente de fortaleza en medio del dolor.
Respondió al llamado del Señor. No le importó la opinión de los que estaban presentes, ella escuchó que Jesús la llamó y fue hacia Él. Dios espera que nos presentemos delante de Él, tal y como somos. Sólo Él tiene el poder de enderezar lo torcido de nuestra vida.
Experimentó el toque de Jesús. El Señor puso Sus manos sobre ella y fue libre de su carga, su enfermedad. Dios quiere obrar en tu vida, quiere como el alfarero al barro formarte, enderezarte, corregirte, hacerte útil. ¿Qué es lo que las manos de Dios deben tocar en tu vida?
Glorificó a Dios. El propósito de nuestra vida entera es que le demos la gloria que sólo Dios se merece. Estemos enfermas físicamente o sanas, que nuestra alma disfrute de la libertad que el Hijo de Dios da (Jn. 8:36). Tómate un momento para dejar que Dios enderece en tu vida lo que sea que esté torcido. Qué podamos glorificarle como lo hizo la mujer de Lucas 13.