«Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas» Efesios 2:10.
La palabra “poema” viene del griego y significa hechura, artesanía. Nosotras somos una obra de arte hecha a mano por Dios. ¡Qué incomprensible! ¿No? «Reconoced que Él es Dios, Él nos hizo y no nosotros a nosotros mismos» (Salmos 100:3). Nos formó con diferentes habilidades. Por ejemplo, si pensamos en los animales, algunos saltan, otros se arrastran, otros nadan, otros vuelan, etc. Y cada uno tiene su propósito. Los sapos son muy feos y molestos, pero si no existieran, tendríamos una plaga de cascarudos porque los sapos se los comen.
Un arquitecto, antes de diseñar un edificio, debe saber para qué será, si será una escuela, una casa, un salón; o sea, cuál será su propósito.
No somos una producción masiva, somos hechas a la medida de una pieza original y, por eso, nadie puede repetir exactamente lo que tú sabes, lo que puedes y debes hacer.
Él eligió a nuestros padres, sabía que esas dos personas tenían la hechura genética exacta y necesaria para hacernos a la medida que Él quería. Ellos tenían el ADN que Dios quería para crearnos. Salmos 139:15 nos muestra que Dios decidió cada detalle, nuestro color de pelo, de ojos, cada cosa de nuestro cuerpo.
Él eligió el lugar de nuestro nacimiento, dónde viviríamos para cumplir su propósito. Nuestra raza y nacionalidad no son accidentes, Él lo planeó todo (Hechos 17:26).
Eligió el momento exacto de nacer y de morir, pero lo maravilloso es que nos creó para vivir eternamente (Eclesiastés 3:11).
El motivo por el que nos creó fue SU AMOR. Él pensó en nosotras antes de la fundación del mundo (Efesios 1:4). Nosotras somos el centro de su amor, y lo más maravilloso de todo lo creado.
No nos creó porque no quería estar solo, no necesitaba crearnos, pero nos ama y nos quiso hacer parte de su plan. Si Dios tiene cuidado de un gorrión, no puedo pensar que yo pasaría desapercibida para Él en este mundo.
Él tiene un plan para nosotras y quiere ayudarnos a cumplirlo.
En Salmos 73:1-12 vemos a un hombre activo en el servicio de Dios, Asaf, que, en un momento de su vida, miró hacia afuera, se comparó con el mundo y, aunque sabía que Dios es bueno, tuvo envidia, dudó, pensó que el mundo le ofrecía algo mejor.
Pero, luego, miró hacia su interior y tuvo un gran conflicto, pues no podía creer lo que había llegado a pensar y aun a sentir: «He aquí estos impíos, sin ser turbados del mundo, alcanzaron riquezas. Verdaderamente en vano he limpiado mi corazón y lavado mis manos en inocencia» (vv. 12-13). Pensó que sin Dios podría estar mejor.
Pero, después, miró hacia arriba (vv. 17-22). «…hasta que entrando en el santuario de Dios comprendí el fin de ellos” (v. 17). Asaf se vio torpe, como una bestia. Dice: «comprendí».
Cuando dejó de mirar a su alrededor y de pensar en sí mismo y, finalmente, miró hacia arriba (versículos 17-22), pudo entender. La Palabra de Dios te hace entender. Cuando nos miramos a la luz de Su Palabra nos sentimos como Asaf.
Después de esta experiencia, todo cambió, y no le importó ni lo que veía, ni lo que sentía. Entró en el santuario de Dios y se llenó de confianza por lo que sabía. En el versículo 25 Asaf dice: «¿A quién tengo yo en los cielos sino a Ti? Y fuera de ti, nada deseo en la tierra».
Qué hermoso es pensar que Dios nos eligió, aunque estemos llenas de fallas, aunque dudemos. Nos eligió con nuestros aciertos y fracasos.
Puedes confiar en la bondad de Dios, porque Él ya probó su inmenso amor y sus buenas intenciones al darnos a su único Hijo, lo más precioso que tenía, para morir en una cruz y así salvarnos.
No te dejes engañar por pensamientos como: «todos lo hacen, hoy no es lo mismo que hace veinte años, a nadie le tiene que importar, yo tengo derechos, otros están peor, no es tan malo, si mi conciencia está tranquila entonces está bien».
Si Dios tiene poder para salvarnos, ¡tiene poder para cambiarnos! (Romanos 6:6)
Si tenemos un mal pensamiento o hacemos algo indebido, inmediatamente algo en el interior no nos deja tranquilas. Lo que sentimos no es un mero sentimiento, es la obra del Espíritu Santo que nos recuerda quiénes somos en Cristo y que nos muestra nuestro pecado.
Debemos reconocer nuestros errores, nuestro pecado y no negarlo, minimizarlo o justificarlo. Siempre que el pecado entre en nuestra vida debemos confesarlo, pedir perdón a Dios y apartarnos.
No hay recreos para la santidad. Los patrones de Dios no cambian y el mundo, la carne y Satanás siempre se oponen a los principios de Dios. No dejes que tus sentimientos cambiantes ni tu engañoso corazón te aparten de la verdad.
Dios te ama y quiere lo mejor para ti, Él quiere que brilles en medio de este mundo perdido en la oscuridad y que vivas para su gloria.
La vida se forma sobre el carácter, pero el carácter se forma en base a nuestras decisiones, grandes o pequeñas. Nuestros pensamientos, actitudes y acciones van formando nuestra vida. Eso hace que seamos semejantes o no a Cristo.
Recuerda que el brazo de Dios es tan largo que puede alcanzarte dondequiera que estés. Su misericordia es infinita, su gracia inefable, su amor inagotable y su perdón inigualable. No importa cuánto te hayas alejado o hasta dónde hayas caído, Él está con los brazos abiertos esperando para perdonarte, abrazarte, ayudarte, guiarte y darte otra oportunidad porque te ama. Jeremías 31:3 dice: «con amor eterno te he amado…»
No dejes de creer en Dios, no dejes de creerle a Dios. Él no solo dice la verdad, Él es la verdad (Juan 14:6).
Tu sermón puede durar una hora; tu vida predica toda la vida.
Nunca vas a ser feliz fuera de la voluntad de Dios. El enemigo quiere anularte, pero Dios quiere darte la victoria porque eres una pieza única, especial, creada por Él con un propósito, un plan y una proyección que Él preparó de antemano y que, sin duda, es lo mejor para ti.