Era un hermoso día, el sol inundaba el ambiente y hacía brillar las gotas de agua que estaban sobre la hierba, acampar estaba siendo una experiencia extraordinaria, llevábamos ya cuatro días disfrutando de la naturaleza y de compartir en familia. Nuestra carpa era de las mejores, teníamos espacio para dormir y también un pequeño espacio que funcionaba como cocina-comedor. Mi papá no paraba de mencionar las virtudes de esta experiencia, ya que él la había propuesto y todo estaba saliendo muy bien.
Al atardecer, como de la nada, comenzaron a caer unas pequeñas gotas de lluvia. No hay problema, podemos estar contemplando este hermoso paisaje, resguardados en nuestro comedor de lona. Y fue así hasta que la lluvia se hizo más copiosa, el terreno se llenó de agua y las estacas se aflojaron. De todos modos, mi papá salió en medio de la lluvia a clavarlas más profundo y reforzar todos los tensores.
La noche ya se había instalado, la lluvia se había convertido en una gran tormenta. Todos dentro de la carpa esperábamos el momento en el que el agua entrara o el viento se llevara nuestra carpa, pero eso nunca sucedió; lo que sí pasó es que mi papá pasó toda la noche haciendo zanjas, clavando las estacas y ajustando los tensores. El resto de los días de nuestra aventura fueron los mejores y realmente valió la pena pasar esa noche.
Esta experiencia vino a mi mente cuando estaba tratando de entender cómo aplicar a mi vida la verdad de Juan 15:5 “yo soy la vid y vosotros los pámpanos, el que permanece en mí y yo en él, éste lleva mucho fruto, porque separados de mí nada podéis hacer”.
Si un día recibiste a Cristo como tú Salvador personal, ya sabes que tú vida está escondida en Él, que realmente todas las promesas se disfrutan en intimidad y comunión con Dios. Él es nuestra vid verdadera, de Él fluye la vida; realmente sabemos que fuimos sellados con las arras del Espíritu Santo y que nada ni nadie nos puede arrebatar de las manos de nuestro Padre Celestial. Nos aguarda la eternidad en su presencia, nuestra salvación está asegurada en Cristo. Esto lo sabemos, lo creemos y lo esperamos.
Nuestro desafío es vivir cada día conectadas con Él, aferradas a Su Persona, en comunión plena, disfrutando de nuestra relación de intimidad con nuestro Salvador. Ante la realidad de nuestra inconstancia, ante nuestro engañoso corazón que fluctúa continuamente y se distrae en las pequeñeces de nuestra vida cotidiana, ante las tormentas que vienen a nuestra vida y nos sacuden, nos confunden y nos hacen aún dudar de nuestra fe, ante todo esto es que nos preguntamos ¿hay algo que podamos hacer y que sea nuestra responsabilidad?
La respuesta es clavar estacas, hacer zanjas y ajustar tensores como lo hizo mi papá en esa noche de tormenta; es determinarse a permanecer. Las estacas son las convicciones en las que apoyas tu fe, la certeza de la Persona de Dios, la seguridad de la verdad en Su Palabra.
La Persona de Dios es la estaca principal. En Deuteronomio 4:39 dice: “Reconoce hoy y reflexiona en tu corazón, que el Señor es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra, no hay otro”. Cada día es hoy, como dice el versículo, y es hoy que debemos reconocer a Dios en nuestras vidas, cada día de mi vida.
La Palabra de Dios es otra estaca que debe apuntalar mi vida cada día, es la que alumbra mi camino, y es la que me permite no solo conocer a Dios sino también conocerme a mí misma y a las intenciones de mi corazón. El salmista decía en el Salmo 119:11 “en mi corazón he atesorado tu palabra, para no pecar contra ti”; y en Hebreos 4:12 leemos: “porque la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta partir el alma, las coyunturas y los tuétanos y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”. Es la Palabra la que me alienta, y me anima a vivir para Dios, a permanecer. Por eso dice Proverbios 3:1 “no te olvides de mi enseñanza y tú corazón guarde mis mandamientos”.
La comunión con los hermanos es la estaca que me permite no avanzar en soledad. Es imposible mantenernos si no estamos compartiendo nuestra vida cristiana con otros. La Palabra de Dios nos manda a que no dejemos de congregarnos en Hebreos 10:25. Debemos estar juntos para animarnos, apoyarnos y llevar unos las cargas de los otros. En medio de la tormenta mi papá no fue el único que estuvo afuera apuntalando la carpa, salió mi mamá y otras personas del lugar que ayudaron a mantener la carpa. No intentes ser la única, no te alejes, no descalifiques a los demás. Muéstrate amiga, busca la compañía y el compañerismo dentro del cuerpo de Cristo.
Las estacas son las verdades que no vas a abandonar y las que llevan tu vida a la acción, a tener hábitos piadosos, a fomentar tu vida devocional.
La Palabra de Dios dice que el doble ánimo hace que seamos inconstantes en todo. Si mi papá no hubiera estado determinado a seguir de campamento, esa noche de tormenta nos hubiera robado lo mejor de la experiencia. Determinarse a permanecer es una decisión que tienes que tomar y es tu responsabilidad clavar estacas, hacer zanjas y ajustar tensores, y mucho más cuando no tienes ganas de hacerlo.
Todas sabemos que nuestra comunión y nuestra permanencia depende de llevar nuestro corazón cada día ante Dios, en oración, quietud y meditación. Abrir la Palabra de Dios cada día debe ser mi responsabilidad, no debe depender de si tengo ganas o no, sino de mi determinación a permanecer.
Te animo a no mirar la tormenta, a no bajar los brazos, a ser realmente determinada y tomar la responsabilidad de mantener la carpa sujeta, a hacer tu parte ajustando tensores; lo que está a tu alcance. Te puedo asegurar que Dios hará la suya, la tormenta pasará y los días que vendrán serán los mejores.
Para pensar
¿Estás permaneciendo en Dios? Medita sobre tus pensamientos, sentimientos y acciones. Reconoce si Dios está presente en ellos.
¿Cuáles son tus estacas? Afirma tu conocimiento de la persona de Dios, de su Palabra y crece en la comunión con los hermanos en la Iglesia local.
¿Qué tensores debes ajustar en tu vida cristiana? Prepara una lista de prácticas diarias que debes incorporar o ajustar en tu vida de devoción.