Sabemos que el mundo tiende a darle más importancia a la fortaleza física que a la mansedumbre espiritual y emocional, y confunde la mansedumbre con la cobardía. Pero la Palabra de Dios considera la mansedumbre como una virtud que brota de la llenura del Espíritu, y es una cualidad muy valiosa a los ojos de Dios. Algunas personas de la Biblia se destacaron por su mansedumbre, y nos dejaron ejemplo.
Pero mansedumbre no es cobardía. El ejemplo máximo es el Señor Jesús, que dijo de sí mismo “Yo soy manso y humilde de corazón”. Él, sabiendo que en Jerusalén iba a ser apresado, torturado y crucificado, aun así, fue allí con determinación y firmeza. Él no fue ningún cobarde y hubo muchos otros momentos en que lo demostró.
Mansedumbre ni siquiera es debilidad: para ser manso hay que tener tremenda fortaleza espiritual y emocional.
Aparte de Jesús, Moisés, el comandante Moisés, fue un hombre de valor que necesitó de una tremenda fortaleza para guiar al pueblo de Israel y, de él dice la Escritura, que fue el hombre más manso sobre la faz de la tierra.
Él no era un hombre sin carácter porque pudo guiar a dos millones de personas por el desierto y mantener su cordura. Fue un hombre que en cierto momento podía indignarse y en otras ocasiones podía ser compasivo, dispuesto a jugarse la vida por amor de su pueblo.
Vemos fuerza y compasión fundidas en una personalidad equilibrada. Podríamos decir que mansedumbre es el lugar intermedio entre la fuerza y el control.
Mansedumbre significa fortaleza, poder bajo control, siempre está bajo el control del Espíritu Santo en lo que tiene que ver con el carácter humano. Es la gracia que une: fuerza y gentileza; firmeza y ternura.
Al leer las páginas de la Biblia, vemos la mansedumbre exhibida en muchos hombres y mujeres del Antiguo y Nuevo Testamento. Abraham, el patriarca, fue manso cuando pudiendo disponer de todos los bienes de la tierra, le permitió a su sobrino Lot escoger primero.
La virtud de la mansedumbre hizo que David no se atreviera a matar a Saúl cuando tuvo la gran oportunidad. David sabía que iba a ser el futuro rey y soportó el maltrato de Saúl sin desquitarse porque esperó el tiempo de Dios.
La mansedumbre hizo que Esteban aceptara el martirio y diera gloria a Dios.
La mansedumbre hizo que Pablo aceptara las injurias de las iglesias que él mismo había fundado y que no se quejara. ¡Qué preciosa virtud la mansedumbre!
Es una cualidad que Dios aprecia profundamente, y en especial, en las mujeres. La mansedumbre de Dios la encontramos en el carácter afable que describe 1 Pedro 3:4.
Afable, viene de la misma raíz que la palabra mansedumbre: es la cualidad de una persona que tiene un espíritu tierno y sereno, manso, que no crea molestias. Acepta lo que se le da, es dócil, obediente y tratable. ¡Significa ser gentil o sumisa, humilde! Resulta agradable trabajar y estar con la persona mansa. ¿A quién de nosotras no nos gustaría ser una mujer así?
La mansedumbre es una virtud muy poco común y realmente no tiene precio, porque brota de un sistema de raíces subterráneo muy fuerte que se nutre de la Palabra de Dios. La Palabra de Dios dice que los mansos son bienaventurados y, más que eso, ¡aún dice que los mansos son bendecidos por Dios y un día heredarán la tierra!
Mansedumbre tampoco es un defecto de la personalidad que hace que una persona sea introvertida. No es pasividad e indiferencia, no es acomodo a cualquier precio ni tampoco viene como resultado de haber nacido más amable que todos los demás. Mansedumbre no es resignación ni falta de carácter. Tampoco es guardar rencor en silencio. La mansedumbre tampoco es ausencia de ira o apatía. Atención: ¡tampoco es soportar cualquier tipo de abuso!
Mansedumbre significa dejar de luchar con Dios. Y aquí viene el primero de dos aspectos muy importantes que me gustaría recalcar de la mansedumbre, que es
La sumisión manifestada en un espíritu sumiso a Dios y a las personas. Deja de luchar con Dios y acepta la manera en que Dios nos trata considerándola buena. Es el poder y la fuerza que surgen al someterse a la voluntad de Dios, es la actitud sumisa que soporta las aflicciones de la vida porque entiende que Dios sabe lo que hace.
Esta actitud sumisa acepta con tranquilidad las molestias que otros crean y entrega al Señor los malentendidos e injusticias al pensar en todos los padecimientos que Él soportó por mí.
La mansedumbre acepta el sufrimiento presente y lo vuelve a aceptar y así cultiva el fruto de la mansedumbre de Dios.
Es necesario desarrollar la sumisión a la voluntad de Dios para la vida de la mujer que quiere desarrollar este fruto.
Me gusta muchísimo la ilustración de un campo con espigas. Las espigas que están más cargadas de frutos son aquellas que están inclinadas hacia abajo (representando figuradamente que se rinden), son las que más fruto tienen, las más pesadas. Las personas que más se someten y las que más se inclinan ante el Señor son las que producen más fruto para su gloria.
Qué lindo ser una cristiana así, con todo su ser rendido, sumisa al Señor, confiada de que Él tiene lo mejor y que lo mejor está por venir, porque se aferra a las promesas del Señor y eso hace que haya quietud en el corazón.
Pienso en Ana ante las provocaciones de su rival, Penina, cómo soportaba en silencio, y confiaba en que Dios veía cada cosa, y que a su momento iba actuar. Ella se aferraba al Señor y en ningún momento vemos que haya reaccionado mal o desubicadamente.
El otro aspecto característico de la mansedumbre es tener un espíritu enseñable.
Dice la Palabra en Santiago. 1:21 que recibamos con mansedumbre la palabra implantada, que aceptemos con humildad la enseñanza bíblica, que tengamos una actitud atenta y expectante cada vez que estamos a contacto con alguna enseñanza bíblica.
¡A mí me ha pasado de cerrar mi corazón cuando la persona que va a compartir de la Palabra de Dios no me cae bien! Y el Señor me ha humillado al hablar poderosamente a mi corazón a través de esa persona, porque la Palabra de Dios es viva y eficaz, y poderosa, y Él puede usar a quién quiera.
¿Te ha pasado alguna vez eso? Es muy difícil desarrollar la mansedumbre, ¿a vos no te cuesta?
¿Estás luchando con el Señor actualmente por alguna circunstancia que no quieres aceptar?
¿Sos una persona agradable con la que da gusto trabajar o servir?
¿Consideras que después de años conociendo al Señor ya lo sabes todo?
Como mujeres que amamos al Señor, y deseamos de todo corazón servirle y hacer su voluntad, debemos desarrollar esa mansedumbre de Cristo tanto en las reacciones externas como también en las reacciones internas, dejando de luchar con Dios, sometiéndonos a Su señorío y dejando con humidad que Él nos enseñe de la manera que quiera, y pueda desarrollar en nosotras ese carácter afable y apacible que es de tanta estima ante sus ojos.