Agradecidas porque él es Amor

Parece mentira, pero sí… casi sin darnos cuenta y sin aviso, llegó la Navidad de este año tan especial. Y en la mayoría de los hogares, especialmente donde hay chicos, la Navidad se relaciona con recibir regalitos.

Si viajamos a nuestra propia infancia, creo que todas podríamos recordar esa frase que solían decirnos nuestros padres cuando recibíamos algún tipo de regalo: “Y… ¿Qué se dice?”. En mi caso, si el regalo me gustaba mucho, no necesitaba esa pregunta porque en seguida salía un “¡gracias!” gigante de mi boca acompañado por una gran sonrisa.

Ahora, si el regalo no era lo que esperaba, enseguida mis papas me decían: Y Lucy… ¿Qué se dice? Y yo muy a regañadientes, y por lo bajito esbozaba un “gracias” con cara de pocos amigos.

Al escribirlo me río pensando cómo se dieron vuelta los roles, y ahora soy yo la que muchas veces le dice la misma pregunta a mis hijos.

Increíblemente ya casi termina este inolvidable año, un año en el que cada día que vivimos fue un regalo de Dios que recibimos solo por su gracia y amor.

Así como lo hacían nuestros padres, si hoy nuestro Padre Celestial te preguntara “Y… ¿Qué se dice?”, tu respuesta ante este regalo ¿Sería con una actitud de genuino agradecimiento? Tal vez las circunstancias adversas que nos han tocado vivir, los planes frustrados, los proyectos parados y un sinfín de otros motivos puedan hacerte sentir que no hay mucho para agradecer en este año.

Por eso hoy quiero darte un motivo para meditar, es uno solo pero es más que suficiente.

Quiero animarte a decir con todas tus fuerzas: ¡Gracias Dios por tu amor!

Ese amor que especialmente hoy celebramos y se hace tangible al recordar su nacimiento y que se describe en 1° Juan 4: 9 y 10 “En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”.

El amor puede conocerse a base de las acciones que lo provoca, y no hay una acción más clara de un amor incondicional, que el que se refleja en su padecimiento al morir en la cruz por nosotros para regalarnos la vida eterna.

La grandeza de este amor no solo se evidencia al enviar a su único Hijo al mundo, sino que se manifiesta todavía con mayor esplendor si tenemos en cuenta por quienes murió.

Dios se adelantó a amarnos y, a pesar de nuestra miserable condición, envió a su Hijo a rescatarnos de ella. Romanos 5:8 “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”. La muestra de su amor en la cruz no tiene que ver con nosotros, no nos rescató porque fuésemos en algún modo dignos de amor sino que fue un ejercicio de la voluntad divina, hecha sin otra causa que aquella que proviene de la naturaleza del mismo Dios, porque Dios es amor. (1° Juan 4:8) Y en relación a su amor en la cruz y el regalo de la salvación, no puedo dejar de mencionar la manifestación de su amor al concederme el placer de ser llamada su hija, de ser colocada en tan importante y honorable posición, de poder formar parte de una familia.

“Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios” 1° Juan 3:1

La calidad, magnitud y procedencia de tal amor se ha mostrado en que nos ha otorgado el privilegio, no solo de ser llamados hijos de Dios, sino también de serlo realmente. Por si esto todavía no fuese suficiente motivo para agradecer, me encanta también pensar en lo fortaleza de ese amor, un amor irrompible, inseparable.  No hablo de un amor inconstante como el que vemos hoy en nuestra sociedad, que pareciera que un día está y al otro día se cambia de parecer y desaparece. Hablo del amor que Pablo con total convicción desarrolla en Romanos 8: 38 y 39 enumerando cosas que son suficientes para separar incluso el alma del cuerpo, pero incapaces de separarnos del amor de Dios:

– Ni la muerte ni la vida – ni la muerte con sus temores y con sus angustias, ni la vida con sus peligros y con sus ilusiones.

– Ni ángeles, ni principados, ni potestades.

– Ni lo presente ni lo por venir – es decir, el presente con su inestabilidad y el futuro con su incertidumbre.

– Ni lo alto ni lo profundo.

– Ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús nuestro Señor.

¿Existe algo que pueda darnos más paz que esta hermosa declaración?

Dios es amor. Amor hecho carne en un día como hoy en Belén, amor que entrega Su vida dándome la salvación, que al aceptarla me otorga el título de hija de Dios a pesar de mi condición. Amor que me acompaña siempre, sin importar ninguna circunstancia de este mundo.

Hoy quiero animarte a que este día sea un día especial, en el que elijas tener una actitud de agradecimiento a él. Que puedas ir de rodillas en oración, esta vez no a pedir, no a interceder, sino a agradecer.  Como si hoy tu Padre te dijera “¿Qué se dice?” y vos puedas con un corazón honesto y una sonrisa en el rostro, repetir las palabras de David en el Salmo 63: 3 y 4:

“Tu amor inagotable es mejor que la vida misma, ¡cuánto te alabo!

 Te alabaré mientras viva, a ti levantaré mis manos en oración.”

 

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