El Señor en este tiempo nos ha dado una tarea especial como familia: albergar en nuestro hogar a dos personas con mucha necesidad. Es un desafío constante atenderlas y acompañarlas. Aún me cuesta encontrar el momento para sentarme y estudiar para preparar este blog, y según el tema que me toca hablar, ¿qué les puedo decir de mis amigas con quien sirvo en el ministerio? Ellas acomodaron las cosas en su casa y estuvieron en diez minutos cuando tuve que atender a las visitas e inclusive lavaron mis platos sin que se los pidiera. Otras vinieron a ayudarme muchas veces y una se quedó con las visitas para que pudiéramos salir solos como familia. Ni mencionar los mensajes de las que están orando y siguen haciendo muchas cosas por nosotros.
¿Qué es la amistad en el ministerio? Lo que viene a mi mente es el pasaje de Eclesiastés 4: “Mejor son dos que uno”. Describe que tener un compañero, amplia el fruto de nuestro trabajo (v.9), asegura nuestro caminar (v. 10), nos abriga en clima adverso (v. 11), y aumenta nuestra defensa frente al ataque (v.12). Sin duda, la Biblia aconseja buscar la buena compañía. A todos nos toca tener compañeras de ministerio, pero ¿cuál es la diferencia en tener amigas?
En el Antiguo Testamento hay dos palabras que mayormente se usan para amigo. La primera “réa” que significa “un asociado (más o menos íntimo)”. Viene de un verbo que habla de cuidar, apacentar y a veces se traduce como prójimo, y otras como amigo. Los versículos donde se traduce como amigo, hablan de una persona que ofrece: compañía fiel que no abandona (Pr. 27:10), consejo que alegra al corazón (Pr.27:9), y cambios que afinan nuestro carácter (Pr. 27:17).
Todos necesitamos amigos a nuestro lado y en el servicio. En momentos de presión necesitamos apoyarnos en alguien. En momentos de decisión, contar con su guía y consejo. Y aún en momentos de equivocación, el regaño de un buen amigo debe ser algo apreciado por nosotras ya que “fieles son las heridas del que ama” (Proverbios 27:6). Y la palabra que se usa en este último versículo por el verbo “amar” es la otra palabra que se traduce para hablar de la amistad.
La otra es palabra “ajeb” que significa “tener afecto por”. Dos ejemplos bíblicos donde se usa esa palabra son la amistad entre David y Jonatan y la amistad entre Abraham y Dios (2 Cr. 20:7 y Is. 41:8). Proverbios 17:17 recuerda que “en todo tiempo ama el amigo y es como hermano en tiempo de angustia”. La palabra amigo es la que vimos antes “réa” pero “ama” es esta palabra “ajeb”. ¡Qué hermoso es poder contar con amigas que aman de la forma que este versículo indica!
Otro versículo que muestra mejor la diferencia entre las dos palabras, ya que también emplea ambas es Proverbios 18.24: “El hombre que tiene amigos ha de mostrarse amigo; Y amigo hay más unido que un hermano.” Mirando las palabras originales hay diferentes interpretaciones de la primera frase ya que según Matthew Henry “La primera parte de este versículo es dificilísima, por no estar claro cuál es exactamente el verbo hebreo que allí se usa.” Pero, el mismo comentario resalta que la segunda parte sí está claro “hay un amigo—“literalmente amante”—vocablo muy distinto del de la primera parte que significa meramente “compañero” que se adhiere (literalmente) más que un hermano.”
En el ministerio se supone que todos los que estamos sirviendo juntos somos hermanos en Cristo, pero esos versículos nos indican que hay una relación aún más fuerte que el lazo íntimo de ser hermanos—y es de ese segundo tipo de amistad donde somos tan unidos que nuestras vidas literalmente se adhieren unas a las otras. El año pasado se compartió un blog sobre la diferencia entre competencia o compañerismo en el ministerio, basada en la historia de David y Jonatan, que recomiendo leer. A todas nos toca compartir el ministerio con alguien y esa compañera de ministerio tal vez podríamos llamar solamente nuestra prójima, o tal vez “amiga” cuando nos ofrece alguna de las cosas mencionadas arriba, pero ¿qué significa tener una amiga en el sentido de “ajeb”?
Recomiendo tres pasos para lograr formar amistades con nuestras compañeras de ministerio:
UN DESEO PROFUNDO—un interés intencional.
Como todas las cosas en las vidas, ocurre lo que cuenta Santiago 4:2-3, “pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal.” Quiero animarlas a pedir a Dios que les permita desarrollar una profunda amistad con sus compañeras de ministerio. Pedirlo con el deseo correcto, buscando hacer el bien la una a la otra. Y después de orar, mostrando ese mismo deseo profundo, con interés intencional para conocer a tus compañeras. Busca un momento para compartir sus testimonios, para orar, y aún salir a pasear.
Pero no es suficiente dar este primer paso, también es necesario un
DESARROLLO PRÁCTICO—tenemos que gastar tiempo juntos.
Más allá del momento de servir juntas, para desarrollar amistad es necesario poder pasar momentos, compartiendo juntas la vida. Otra oportunidad para hacer amistades aquí en el ministerio fue una reunión para mamás que empecé en casa hace diez años, compartiendo el estudio de algún libro. Con todas las participantes pasamos gratos momentos de compartir y así nos conocimos. Las que quedamos formamos un lazo especial y con ellas nos propusimos juntarnos una vez al mes a almorzar. A propósito, resguardamos en nuestras agendas esos momentos de comunión—“koinonía” que habla de una unión indivisible (Hechos 2:42 y 2 Corintios 6:14). Los versículos que vimos antes en Proverbios muestran cómo deben ser esos momentos de compartir—de ofrecer cordial consejo, de afinarnos las unas a las otras y aun a veces reprender. Dios nos ha permitido formar una amistad tan íntima como la palabra que estudiamos.
Y, por último, esta amistad requiere de una
DISPOSICIÓN PERSONAL.
Más allá de los momentos programados de compartir, la afinidad de esa clase de amistad se pone a prueba en los tiempos de adversidad (Pr. 17:17 y 18:24). Ahí demostramos disposición a negar lo que una es y lo que una tiene para el bien de la otra. El apóstol Pablo hablaba de su amor sacrificial para los creyentes en 2 Corintios 12:15 “Y yo con el mayor placer gastaré lo mío, y aun yo mismo me gastaré del todo por amor de vuestras almas.” Lucas 11:5-8 cuenta cómo un amigo debería levantarse de noche a compartir su pan con el amigo necesitado simplemente por ser amigos.
Al escribir este devocional realmente surge un profundo sentir de gratitud en mi corazón por las preciosas amigas que Dios me ha regalado en esos años de servicio juntas. No vinieron por sí solas. Fue un motivo de oración tanto mío como de ellas, un deseo profundo de encontrar a alguien “más unido que un hermano” con quien “adheriría” nuestras almas. Después vino el desarrollo práctico, tuvimos que gastar tiempo conociéndonos, compartiendo no sólo los momentos de ministerio, pero otros momentos de comunión, y por último, hemos estados dispuestas personalmente a dar de lo que somos y lo que tenemos la una para la otra. Me recuerda una hermosa canción de Marcos Vidal “Mi regalo” que habla de las amistades. Algunas líneas dicen “No son muchos pero Dios los puso ahí”. Una línea que me encanta es que “no hay zánganos más bellos”, pero en general habla de lo especial que son esas personas porque, como dice la canción me “hacen comprender un poco más el calibre del amor de mi Padre celestial”.]