Tú decides el valor

De pronto ella se sintió entre la espada y la pared. Varias pérdidas había tenido en su vida y, ante la tragedia, debía tomar una decisión que sin duda cambiaría su futuro. Comenzó a caminar con muchas dudas y en cada paso que daba pensaba si estaba haciendo lo correcto. Su corazón se preguntaba cómo seguiría a partir de ese momento y si podía hacer frente a la responsabilidad que tendría. De pronto se detuvo, de dio vuelta y dijo: «Andad, volveos cada una a la casa de su madre; Jehová haga con vosotras misericordia, como la habéis hecho con los muertos y conmigo»... Luego de insistir y darle razones para hacerlo, una de sus nueras regreso a su tierra, pero la otra «se quedó con ella…»

Ese es el preciso momento en que las acciones de Rut la llevaron a honrar a Noemí. Honrar tiene que ver con el cariño, la aceptación y el valor que le damos a una persona. Es saber respetar y reconocer en la otra persona una virtud o mérito por algo y en base a ello decidir demostrar con acciones dichos principios. Y sí que Rut lo demostró. En el versículo 16 del capítulo 1 del libro de Rut encontramos el reconocimiento del valor atribuido a Noemí: «No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a dondequiera que tu fueres, iré yo, y dondequiera que tu fueres, iré yo, y dondequiera que viviereis, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios». La primer verdad en cuanto a la honra es que siempre implica una decisión voluntaria. Noemí no había hecho mérito alguno. No tenía familia, ni riqueza, ni personas que la esperasen en Judá; pero aún así, Rut decidió ir con ella, no abandonarla, adoptar su pueblo y también creer en su Dios. Toda la lógica indicaba que era mejor regresar a su tierra natal, pero Rut no se guió por su lógica, sino por un corazón decidido a honrar a Noemí.


Juntas llegaron a Judá «al comienzo de la siega de la cebada» y Rut tomó la iniciativa de ayudar para mantener la casa y tener el alimento cada día: «Te ruego que me dejes ir al campo, y recogeré espigas (…) ella respondió: Ve, hija mía». La segunda verdad en cuanto a la honra es que siempre implica un acto de sumisión y obediencia. Cuando rendimos nuestra voluntad, reconociendo la autoridad que tiene una persona en relación a nosotras estamos hablando de obediencia. Y obedecer, sin duda hace una diferencia en nuestra vida. Una vez escuché esta frase: «Los pequeños actos de obediencia diarios son lo que nos llevan a los grandes resultados». Rut jamás imaginó que su obediencia a Noemí la llevara a hallar gracia ante los ojos del dueño de las tierras donde trabajaba. Él mismo le dijo: «He sabido todo lo que has hecho con tu suegra (…) y que dejando a tu padre y a tu madre (…) has venido a un pueblo que no conociste antes. Jehová recompense tu obra…»
Pasado un tiempo, Booz, quien era el dueño de las tierras donde Rut trabajaba, vio en ella una persona diferente a las demás: «toda la gente de mi pueblo sabe que eres mujer virtuosa» y, siguiendo con las costumbres de la época, tuvo la oportunidad de redimirla y hacerla su esposa. Con ese suceso, no solo la vida de Rut fue totalmente cambiada, sino también la de Noemí. De ella dijeron: «Loado sea el nombre de Jehová, que hizo que no te faltase hoy pariente, cuyo nombre será celebrado en Israel» . La tercer verdad en cuanto a la honra es que siempre trae como resultado la bendición de parte de Dios. El hijo de Rut, Obed, fue el abuelo del rey David. Y de allí la genealogía sigue hasta llegar a la persona del Señor Jesucristo. Quién hubiera imaginado que esa mujer extranjera que salía toda temerosa de la tierra de Moab llegaría a ser tan bendecida por Dios siendo parte de la línea genealógica del Salvador de este mundo.

La relación de Rut y Noemí es un ejemplo de cómo debe ser el trato entre hijas y madres. En nuestros tiempos, es cultural que una vez al año se celebre la vida de aquellas mujeres que son madres, pero no todas somos madres, pero sí todas somos hijas. Y en esta oportunidad el desafío nuestro es como hijas, honrando a aquella persona que es nuestra mamá. Hónrala por decisión. Quizás ella no fue lo que hubieras esperado, o fue mucho más de lo que hubieras imaginado; la verdad no es algo que pudiste elegir en relación a ella, pero sí es algo que hoy puedes elegir en relación a ti. Haz la diferencia, decide honrar.

Hónrala porque es un acto de obediencia. Cuando Dios estaba dando a su pueblo los mandamientos para ser una gran nación dijo en Éxodo 20: 12: «Honra a tu padre y a tu madre…», lo confirmó en Deuteronomio 5:16: «Honra a tu padre y a tu madre, como Jehová tu Dios te ha mandado»...y lo recordó en Efesios 6:2: «Honra a tu padre y a tu madre…» Los mandamientos no son principios para ser considerados, sino obedecidos. Pero, recuerda, la gracia en honrar a alguien no es porque la persona se lo merezca o no. Tampoco es para agradar a alguien, sino a Dios, quien nos dio la responsabilidad de ser hijas. Haz la diferencia, honra obedeciendo a Dios con ello.

Hónrala porque recibirás la bendición de Dios. El mandamiento anterior trae una promesa con él: «para que tus días se alarguen en la tierra… (Éx. 20:12); «para que sean prolongados tus días, y para que te vaya bien…» (Deut. 5:16); «para que te vaya bien y seas de larga vida sobre la tierra…» (Ef. 6:3). ¿Alguna vez pensaste en rechazar la bendición de parte de Dios? Que esta no sea la excepción. Dios tiene para ti innumerables promesas que quiere cumplir en tu vida, no te pierdas la oportunidad de disfrutarlas. Haz la diferencia, recibe la bendición de Dios por medio de la honra.
Pero sobre todo, lo que más me conmueve de la historia de Rut se resume en tres palabras: «que te ama…» (Cap. 4:15), y esa va a ser la principal razón de que logremos honrar a mamá, el amor que tengamos por ella. Decide, obedece, recibe la bendición, pero sobre todo, ama. Ama con ese mismo amor que Dios te dio un día al hacerte su hija y ese que te da todos los días para llegar a ser lo que en Su perfecto plan quiere que seas: una mujer de honra.

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