“Victoria”, qué hermosa palabra. Según el diccionario, es el hecho de vencer en una competición o una lucha. También es una expresión que indica alegría por haber vencido.
Sabemos que como hijas de Dios tenemos la victoria en Cristo Jesús, lo hemos oído, aprendido, y cantado. Pero en la vida cotidiana, esta hermosa palabra, puede que nada tenga que ver con la realidad que enfrentamos.
¿Te consideras solo una espectadora de las grandes cosas que el Señor hace en las vidas de otras personas? O, por el contrario, ¿Eres la protagonista de una vida abundante de crecimiento y fe en el Señor?
Si te identificaste con la primera persona, tal vez te preguntes ¿qué pasa?, ¿por qué parece que no hay poder?, ¿no hay progreso?, y te sentís como enredada siempre en lo mismo, sin poder avanzar en la vida cristiana. Eso puede llevar a la frustración, a la monotonía, al desánimo, al estancamiento espiritual, y a mirar con amargura y decepción (y hasta con enojo o envidia) desde un rinconcito solitario, pensando: “cómo el Señor hace grandes cosas en las vidas de otras personas, y no en la tuya”.
Si te identificaste con la segunda persona, seguramente entendiste la clave para vivir una vida de victoria en el presente de cada día.
¿Cómo es esto?
1 Corintios 15:57-58 “Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.”
¿Victoria sobre qué?
En el Nuevo Testamento la victoria tiene que ver con la resurrección de Cristo cuando venció la muerte: “sorbida es la muerte en victoria” (1 Corintios 15:54) Y todo el capítulo de 1 Corintios 15 trata acerca de la resurrección, pero no para ser mejores teólogas al comprender la resurrección, ¡sino para hacernos mejores creyentes!
Vale la pena amar y seguir al Señor, aunque la senda en algunos momentos parezca solitaria y nublada. Vale la pena servir a Jesús y permanecer en Él todos los días.
Esta victoria de la cual habla el apóstol Pablo en el vs. 57, es el poder que tengo en Cristo para tener la victoria en el presente.
Sabemos y creemos de todo corazón que el Señor Jesucristo a través de su sangre derramada tuvo la victoria sobre la muerte, nos dio a nosotras la victoria eterna sobre la muerte espiritual, pero hay otra clase de lucha que libramos cada día, y es la lucha contra el pecado, de la cual ya también nos ha dado el poder para tener la victoria a través de la cruz.
Hermana en Cristo, te invito a que por un instante puedas recordar aquel momento tan personal y glorioso en que recibiste a Cristo en tu corazón. Yo tenía sólo 11 años cuando eso sucedió, y recuerdo que el Señor llenó de paz y luz mi corazón, pero no tenía ni idea en ese momento de todo lo que sucedió a mi favor al recibir la gracia de Dios. Fueron muchas cosas invisibles que sucedieron, y aún hoy, después de casi 40 años, me sigo maravillando y lo sigo procesando, y entendiendo un poquito más a la luz de Efesios 1 y 2; te animo que lo puedas leer.
El mundo nos va a hacer pensar que necesitamos algo más cuando la realidad es que Dios nos lo ha dado todo en Cristo. ¿Cuál es el problema entonces? El problema es que NO NOS HEMOS APROPIADO de la victoria.
Pero si tengo la victoria, ¿cómo es que a veces no me siento en victoria?
Para ejemplificar este concepto de apropiarnos, es como cuando tenemos en la biblioteca libros de nuestra pertenencia que nunca hemos leído, son nuestros, pero no nos hemos apropiado todavía porque no los hemos leído. ¡No nos hemos posesionado de nuestras posesiones!
Dios le dijo a Josué cuando iba a entrar a la tierra prometida “anda y poséela”. Dios también le dijo “todo lugar que pisare la planta de vuestro pie, yo os lo he entregado”. Ahí estaba Josué, y ahí estaba la tierra prometida. ¿Le pertenecía a Josué? Si. ¿La tenía? No, porque no había tomado posesión de ella.
Todo lo que necesito para vivir la vida cristiana: ¡está en Jesús! (2 Pedro 1:3) Por este poder divino, Dios nos ha dado todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad. Necesitamos apropiarnos de todo lo que ya nos ha otorgado. Hay un río de vida que fluye en nosotros y esa es la vida de Cristo, la vida abundante que debemos vivir y manifestar.
Hay una lucha interna continua en el alma, y ahí batalla la carne contra Cristo, por el trono de mi corazón. Allí es donde se puede obtener la victoria en la intimidad con Él, al mantenernos conectadas a Él, permaneciendo en Él.
“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí, y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a si mismo por mí.”
Gálatas 2:20
Necesitamos crucificar la carne cada día, negarnos a nosotras mismas y permitir que el Espíritu Santo desarrolle su fruto, el carácter de Cristo para que se vea, para que se exprese, para que pueda brillar en nosotras y señalar el camino a las demás personas que están en oscuridad.
Por lo tanto, necesitamos ajustar la perspectiva diariamente y ubicarnos desde la posición de la victoria que ya tenemos, permitiendo que Cristo viva a través de nosotras, y de esa manera, poder vivir cada día en victoria.
Se trata de vencer en todo momento esa lucha interna en el corazón, eligiendo obedecer la ley de Dios por encima del deseo de la carne, eligiendo pensar antes de hablar, edificar antes que destruir, impartiendo gracia y no juicio, alabanza y no crítica, buscando el bien del otro y no el mío, dando y no reteniendo, decidiendo agradecer antes que quejarme, mostrando amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza.
Es por la fe que podemos creer en toda esa maravillosa obra que hizo el Espíritu Santo al momento de la conversión y es por fe que creemos que él nos da la victoria en Él en el presente para vivir a través nuestro. Es por la fe que elijo vivir a Cristo, de tal manera que yo voy menguando y Él va creciendo. Y por esa decisión de fidelidad y obediencia que no es otra cosa que la santidad progresiva en el camino de la vida cristiana, el Señor va desarrollando en cada hija suya la sensibilidad para ir descubriendo la manera en la que Él quiere manifestarse en cada una de nosotras, así como somos, con lo que tenemos, cada una en su ámbito y con sus características tan únicas y particulares.
El botín de la victoria en esta lucha en el corazón es la intimidad con el Señor, y es lo que Él busca de cada una de nosotras. ¿No es esto maravilloso?
El objetivo máximo de Dios para nosotras: que le amemos más que a nada ni nadie, y que vivamos una vida abundante de victoria, ¡porque sí se puede!
Dios bendiga abundantemente a mi hija Paula que sirve al Señor con tanto amor, dedicación y gozo! Te amo mi negrita!! 💖
Gracias querida Paula ♥️Excelente, muy practico 🙏🏼 Me bendijo mucho !!! Dios te siga usando