Hebreos 12:1 dice “Por tanto, nosotros también… despojémonos de todo peso… y corramos con paciencia la carrera…”
Esta mochila muchas veces podemos cargarla innecesariamente. No sólo puede ser pesada, sino puede convertirse en algo realmente gravoso, a tal punto, que hace nuestro camino muy desagradable y doloroso. Esta mochila es la de la comparación. La definición de comparación nos dice que es la “acción de comparar” esto es “examinar dos o más cosas para establecer sus relaciones, diferencias o semejanzas”
¿Quién de nosotras no se comparó con otra mujer alguna vez? ¿Con alguien que creemos que es más simpática, más inteligente, o más carismática en el relacionamiento con los demás? O tal vez con una persona que goce de mejor salud, disfrute de un trabajo más gratificante, logre más cosas o tenga más amigos. Quizá posea más bienes, se vista mejor o sea más bella físicamente, o tal vez tenga un ministerio más fructífero, o parezca ser más feliz. ¿Nos solemos comparar? ¿Es inevitable hacerlo? ¿Por qué tendemos a compararnos?
Una explicación sostiene que es para conservar o aumentar la autoestima: al ser humano le gusta comprobar que tiene tanto éxito como sus semejantes. Cuando observamos los logros alcanzados por personas que en muchos aspectos son como nosotros, llegamos a la conclusión de que podemos cumplir con metas parecidas.
Las comparaciones casi siempre se hacen entre personas que se asemejan: son del mismo sexo, tienen una edad y nivel social parecido y se conocen. Es menos probable que una persona se compare con otra si existen grandes diferencias entre ambas. Lo más seguro, por ejemplo, es que la joven adolescente de término medio se compare más con sus compañeras de clase que con una modelo famosa, y probablemente la modelo tampoco se comparará con la joven. Y tendemos a compararnos en los aspectos que nos interesan.
Las comparaciones provocan toda una gama de reacciones, desde la alegría hasta la depresión, desde la admiración y el afán de imitar, hasta el malestar y el antagonismo. Algunas de estas emociones son perjudiciales, y además incompatibles con las cualidades cristianas.
En Génesis encontramos el caso extremo de dos mujeres que se comparaban mutuamente, y ellas son Raquel y Lea, esposas de Jacob:
Gn. 29:17 (En el aspecto físico, Lea no era muy favorecida en comparación con Raquel) “Los ojos de Lea eran delicados” (tímidos o débiles), “pero Raquel era de lindo semblante y de hermoso parecer”.
Gn. 30:1 “Viendo Raquel que no daba hijos a Jacob, tuvo envidia de su hermana, y decía a Jacob: Dame hijos, o si no, me muero.”
Gn. 30:15a (Lea también tuvo envidia del amor que Jacob profesaba a Raquel. Lea respondió a Raquel): “¿Es poco que hayas tomado mi marido?”
Y Ambas sufrían, porque cada una, en la comparación, terminaba envidiando lo que la otra tenía: Raquel tenía el amor de Jacob pero añoraba tener hijos, y Lea tenía hijos pero añoraba tener el amor de Jacob.
Recordemos, la mochila de la Inseguridad tiene que ver con cómo nos sentimos con nosotras mismas, por cómo soy; la mochila de la Descalificación tiene que ver con cómo nos sentimos por lo que hicimos en el pasado. La mochila de la Necesidad hace alusión a lo que no tenemos y la mochila de la comparación tiene que ver con cómo me siento con lo que la otra persona tiene y yo no. Para despojarnos de la comparación tenemos un recurso fundamental: conocer lo que sí tengo en Cristo. Y cuando nos damos cuenta de esto nos inspiramos a crecer en el Señor, vemos loas bendiciones y beneficios de Dios cada día y tenemos sentimientos de plenitud y felicidad (Ver Proverbios 31:10 al 31) Dios, en su soberanía nos hizo como quería que fuéramos. Él diseñó cada aspecto de nuestro cuerpo, cada célula pasó por la mente de Dios (Sal. 139: 13-16) Dios nos dio un propósito. En Efesios 2:10 nos habla de cómo somos “hechura” suya. Esta palabra en el original significa “poema”. Por eso, podemos decir que el Mejor de los poetas nos creó de una manera única y especial. Dios también nos dio recursos para que le sirvamos. Pero también, nos provee de todo lo necesario para vivir cada día. Él conoce nuestras necesidades, nos sustenta cada día (Pr. 30:8-9) Pero lo mejor de todo es que Él sigue trabajando en nuestra vida hasta formar en nosotros la Imagen de Su Hijo (Fil. 1:6)
Querida amiga, la carrera es larga y puede haber muchos otros pesos, lo importante es mantenernos en la ruta, terminar bien la carrera. Como dijo el apóstol Pablo “de ninguna cosa hago caso ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo…” (Hch. 20:24) Que cada día podamos enfocarnos en esto, para que por la Gracia del Señor, podamos viajar livianas.