Desde temprana edad estamos buscando la aprobación de las personas. A veces, sucede de manera inconsciente. Recuerdo de pequeña estar en los actos escolares, y buscar con la mirada la sonrisa de mis padres al ver a su hija en el escenario, o llegar a casa con el boletín esperando las felicitaciones al ver las buenas notas. En la medida que vamos creciendo, esta búsqueda de aprobación va cambiando. Si tienes años de creyente, o eres nueva en la fe, no importa, seguro más de una vez te habrás encontrado ofreciendo tu servicio, o haciendo diferentes cosas para buscar la aprobación de aquellas personas más cercanas. Puede que recibas la aprobación, un elogio o alabanza de esa persona (que en sí mismo no está mal recibir palabras de ánimo), pero ¿Es esta la aprobación que importa?
Al llegar al devocional de esta semana, vamos a ver los últimos dos aspectos que Pablo manda en que se concentren nuestros pensamientos: todo aquello que trae virtud y que es digno de alabanza.
En primer lugar, ¿A qué se refiere con virtud? La palabra virtud puede traducirse como excelencia. El concepto de virtud va más allá de ser bueno en algo, tiene que ver con el aspecto moral. El diccionario de la Real Academia lo define como “hábito de obrar bien, independientemente de los preceptos de la ley, por sola la bondad de la operación y conformidad con la razón natural”. El ser humano, al ser creado a imagen de Dios, comparte el aspecto moral con Él, y por naturaleza tiene un sentido innato del bien y del mal, y conoce lo suficiente de lo revelado por Dios como para distinguir lo correcto de lo incorrecto, pero, a causa del pecado, este sentido quedó distorsionado y relativizado. Una persona sin Cristo tiene una noción de lo que implica obrar bien, pero tal como enseña el Apóstol Pedro en 2 Pedro 1:5, una hija de Dios debe distinguirse por distintas cualidades, y una de ellas es la: virtud. No solo debemos hacer bien a las personas, también debemos anunciar al mundo las virtudes, las obras maravillosas de Dios a favor de nuestra salvación (1 Pedro 2:9).
Tanto las buenas obras, como la comunicación de las buenas nuevas, pasan por la mente antes de llevarlas a la acción, pero, la motivación nacerá en el corazón. El Señor Jesús enseñó que del corazón salen los malos pensamientos (Mateo 15:19), pero aquella hija de Dios con un corazón consagrado a Él buscará transformar esos pensamientos por medio del Espíritu Santo, y obrará en función a la voluntad de Dios (Romanos 12:1-2).
Pablo finalmente apela a enfocar los pensamientos en aquello que es digno de alabanza ¿Alabanza a quién? Muchas veces buscamos la aprobación y reconocimiento de las personas, pero creo que en la actualidad ya no es tan así. Hoy en día hay una tendencia a enfocar nuestros pensamientos y esfuerzos en agradarse a uno mismo. Cada vez más observamos en las redes y medios de comunicación esta línea de pensamiento que es impulsada por el sistema del mundo y que no es bíblica. Pablo nos enseña bien con su ejemplo, cuál es la aprobación que vale: “Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables. Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo.” (2 Corintios 5:9-10) Esta verdad nos cambia el sentido de dirección de la aprobación.
Nuestra motivación, pensamiento y acción deben ser dirigidos a Dios (1 Corintios 10:31). Entonces ¿Cómo podemos tener pensamientos virtuosos y dignos de alabanza?
Revisa tu motivación – ¿Contaría con la aprobación de Dios?
Revisa tus pensamientos – ¿Están alineados con la Palabra de Dios?
Revisa tus acciones – ¿Ellas reflejan a Cristo?
Quiero desafiarte a que ocupes tu mente en las “cosas de arriba”, en la persona de Dios, y que busques un momento en el día para alabarle. El más alto honor que podemos tener es alabar a Dios, esa actitud de corazón es aprobada y digna delante de Dios.