Hay circunstancias adversas que sin pensarlo ni planearlo llegan a nuestras vidas. No elegimos atravesar por ellas, porque, si fuera por nosotras no escogeríamos vivirlas. Son circunstancias de las más diversas y muchas veces, debido a ellas, entramos en crisis, porque nos pueden causar pérdidas, limitaciones, pero también grandes desafíos, adaptaciones y crecimiento en lo personal. No importa qué sea, pero todas ellas tienen algo en común, requieren un aprendizaje. En ese andar muchas veces vamos a tientas, no sabemos cómo continuar, nos desanimamos y podríamos querer desistir. En horas así ¡cuánto anima y motiva tener un modelo para ver cómo vivió y transitó momentos semejantes de adversidad, confusión, dolor y angustia, y así, poder imitarle!
La Biblia nos revela que contamos con ese referente para las circunstancias adversas que nos toca vivir. 1 Pedro 2:21 dice “ porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas ”, ¡Cristo es nuestro Ejemplo Supremo! Cómo me encanta pensar lo que dice Hebreos 4:15 “porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”. El sufrió incomprensión de su familia, ataques de líderes religiosos y del diablo, maltratos y abusos, y falsas acusaciones de todo tipo (como ‘hijo de fornicación’ y que ‘obraba por poder de Satanás’). También tuvo que vivir en un mundo de pecado, habiendo dejado la gloria del cielo, limitarse al tiempo y el espacio, no ser creído, padecer necesidades físicas (no tenía donde recostar su cabeza), fatiga y cansancio. En un momento le abandonaron, negaron y traicionaron; vivió un juicio injusto, la cruz con todo su sufrimiento físico, fue emocionalmente herido al ser insultado, menospreciado y rechazado, y lo más difícil, fue separado de su Padre en el momento que cargó en su cuerpo el peso del pecado de la humanidad. Todo esto le dolía, no le fue fácil. Jesús expresó “Mi alma está muy triste, hasta la muerte” y oró “…si es posible, pase de mí esta copa” (Mt.26:38-39). Isaías 53:3 lo resume diciendo: “varón de dolores, experimentado en quebranto”. Fue quebrantado por Dios y por los hombres, por eso, no hay dolor, circunstancia, adversidad que nosotras vivamos que Él no haya vivido. Entiende y sabe lo que estamos pasando. Pero, ¿cómo pudo atravesar todo eso?
PONIENDO SU MIRADA EN EL FOCO CORRECTO
“…por el gozo puesto delante de él, sufrió la cruz, menospreciando el oprobio…” (Hebreos 12:2)
¿Qué gozo podía haber en el sufrimiento de Cristo? Su situación no fue nada fácil, pero la vivió en la perspectiva correcta, no colocó su mirada en el sufrimiento que pasaba, sino en lo que produciría. Su visión le daba coraje. Por eso es que ‘menospreció el oprobio’. El fruto que obtendría no merecía que pusiera ningún aprecio, valor o atención en su dolor. Su mirada estaba en el resultado, lo futuro, no en el hoy. No se quedó lamentando lo que vivía. Pero, ¿qué le motivaba a Jesús? El veía cada vida que iba a ser rescatada a través suyo. Jesús sufría la cruz y veía que valía la pena todo ese sufrimiento, porque te veía a ti, me veía a mí. ¿Le fue fácil? NO. ¿Sufrió? Claro que sí, y también le dolió. Isaías 53:11 dice “Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho”. El Dr. Dwight Pentecost en su libro “Una fe que perdura” habla acerca de esto y lo resume así: “La cruz que era emblema de vergüenza entre el pueblo se convirtió en la fuente del gozo incomparable del Hijo de Dios”.
Cuando quedamos mirando el presente, no veremos el propósito, sino solo dolor, angustia, decepción, frustración, incertidumbre, aún muerte, y nada de eso motiva a proseguir. Al mantenernos enfocadas en las circunstancias adversas hará que no podamos ver nada útil en ellas. Pero la prueba no es improductiva (Leer 2 Co. 4:17-18 y Stg. 1:2-4). Dr. Ryrie en su comentario dice: “Cuando las pruebas se enfrentan con gozo se produce la paciencia, lo cual lleva a la madurez (perfectos) y al pleno desarrollo (cabales).»
SOMETIÉNDOSE DE CORAZÓN AL PLAN DE DIOS
Jesús no tenía ninguna duda de cuál era el propósito divino para su vida y vivió acorde a él: Hacer la voluntad del Padre (Jn. 4:34, 5:30, 6:38; Mt. 26:39). Su objetivo de vida fue no vivir para sí mismo, sino cumplir el propósito que Dios tenía para con él. Esto implicó pasar adversidad y sufrimiento. No evitó el sufrimiento sino lo aceptó y atravesó en una actitud de completa y gozosa sumisión, en silencio, sin queja, como bien lo expresa Isaías “Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero, y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca” (53:7) ¡Qué diferente a nosotras que estamos tan prontas a quejarnos y reclamar en nuestra adversidad!
EN PLENA COMUNIÓN CON SU PADRE
Vez tras vez vemos en el relato bíblico cómo Jesús se retiraba a solas a hablar con su Padre. Sus grandes batallas las peleó en oración. Solo un corazón agradecido, confiado y dependiente de Dios puede cantar ante el dolor. Jesús lo hizo justo antes de salir a orar al jardín de Getsemaní donde fue entregado (Mt.26:30). ¡Y qué gloriosa y victoriosa oración efectuó finalizando Su vida terrenal!: “Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese” (Jn. 17:4). Si Jesús transitó así, cuánto más nosotras en nuestra adversidad necesitamos “acercarnos confiadamente al trono de la gracia para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hb.4:16). Solo a Él podemos ir confiadamente para derramar el corazón y depositar nuestras ansiedades, dudas y temores.
¿Y NOSOTRAS QUÉ?
¿Cuál es nuestra actitud ante lo que nos toca vivir? Pueden ser pruebas en la familia, una enfermedad, problemas en el ministerio, tiempos de incertidumbre, falta de seguridad, falta de trabajo, no saber qué va a pasar con esta pandemia, tal vez decisiones que cambien tu futuro, tiempos de soledad …. Ya sea una u otra prueba, lo prioritario es ver cómo enfrentamos esa circunstancia, ya que uno sale de la prueba de acuerdo a cómo la transita. La gran solución es tomarnos de la mano de Dios y hacerlo como lo hizo Jesús. Si le miramos a Él, nos vamos a animar a seguir su ejemplo. El mirar al Cristo crucificado nos da valor renovado en toda situación. Por lo tanto: “…consideren a aquel que perseveró frente a tanta oposición por parte de los pecadores, para que no se cansen ni pierdan el ánimo” (Heb.12:3 NVI).