Y ahora ¿Qué hago con mis amigos?

Muchas veces me pregunté: «¿y ahora qué hago?» cuando me enfrente a diferentes situaciones; seguramente te ha pasado también.  Esto me lleva a pensar en Jeremías el profeta de Dios, quien al llevar el mensaje al pueblo de Israel acerca del juicio que vendría sobre ellos a causa de su pecado, fue maltratado, despreciado e incluso perseguido ya que este mensaje no fue nada agradable para los israelitas. Sin duda que podríamos decir que el mensajero de Dios estaba preguntándose ¿y ahora qué hago? Se encontraba solo, sin amigos y a punto de darse por vencido. Quizás estuvo por cambiar lo que iba a decir con tal de contar con alguien en aquel lugar. Pero antes de eso clamó a Dios, derramando su corazón en busca de ayuda. El Señor lo escuchó y lo animó: “…conviértanse ellos a ti y no tu a ellos.»  Y de la misma manera nosotros que vivimos en una sociedad donde la mayoría rechaza y se opone a los principios de Dios, debemos saber que uno de los peligros que corremos al escoger amistades que no tienen a Cristo es el de deshonrar a Dios al dejar que la influencia de ellas, que está basada en los principios de este mundo, nos “conviertan” en uno más del montón, es decir, que nos lleven a pensar, hacer y decir cosas que van en contra de la Palabra  de Dios y que de esa manera no seamos fieles.

Quizás te preguntarás ¿qué hago entonces? ¿Me alejo de las amistades de la universidad o el trabajo? ¡Claro que no! Debemos acercarnos a ellos porque todas las relaciones que tenemos en nuestra vida están basadas o, mejor dicho, deberían estar basadas en el plan redentor de Dios. Debemos relacionarnos no sólo porque tengamos algo en común, porque los apreciamos o para pasar un buen rato con las personas. Ese acercamiento debe estar motivado con el fin de que esa persona conozca a Cristo y, si ya lo conoce, que pueda ser bendecida a través de nuestra amistad e influencia. Te sorprenderías si a tus compañeros de trabajo o de universidad les preguntas si creen en Dios. En lo personal, me he sorprendido mucho ya que encontré varios que dicen creer en Dios y que van a una iglesia, pero tristemente, si no me decían que eran cristianos, al ver su manera de actuar y hablar yo no lo hubiese pensado porque no había algo distinto en ellos que lo demostrara. Y aún más triste es que vos y yo somos parecidas al no marcar una clara diferencia; no hacemos público a Jesús a menos que los demás nos pregunten.

Es por la necesidad que tienen de Cristo y de vidas cristianas auténticas que debemos ser amigos de nuestros compañeros de trabajo o universidad y ser intencionales en bendecir sus vidas. Debemos ser de ejemplo. También debemos tener cuidado de que su influencia, que es real y no muy buena muchas veces, no nos arrastre lejos de Dios.

Si realmente queremos agradar a Dios tenemos que mantenernos firmes en los principios de la Palabra de Dios. Para eso debemos conocerlos y vivirlos. Ahora ¿conocemos esos principios? ¿Los estamos aplicando a nuestra vida diaria? Puede que digas “no sé cómo hacerlo”, pero yo te pregunto, ¿buscas ayuda cuando la necesitas? Es fácil dejarse arrastrar por la corriente o la presión de las personas cuando no conocemos y no vivimos conforme a la Palabra de Dios. Por eso también el Señor nos dice en Josué 1:8 que debemos buscar siempre pasar tiempo con Su Palabra, meditarla, guardarla y vivirla.

Dios le había dicho a Jeremías “si te convirtieres, yo te restaurare, y delante de mí estarás; y si entresacares lo precioso de lo vil, serás como mi boca” haciéndole un llamado a examinarse y arrepentirse para seguir haciendo Su voluntad. Y hoy, Dios nos hace el mismo llamado ¿hay algo en nuestra vida que evidencia la influencia de los principios de este mundo? Nuestra forma de pensar, hablar y actuar ¿está basada en los principios de la Palabra de Dios? ¿Estamos viviendo una vida cristiana autentica? (Prov. 4:26). Es nuestra responsabilidad mantener una vida santa, que agrade a Dios (1Pedro 1:15). Por eso, si reconocemos que en alguna de estas áreas no lo estamos haciendo, tenemos que confesar y apartarnos si es que realmente queremos hacer la voluntad de Dios. Solo de esta manera podemos ser instrumentos limpios y útiles que lleven el mensaje de salvación al perdido y palabras que edifiquen a nuestros hermanos ¿Estamos anunciando las buenas nuevas? ¿Estamos influenciando con la verdad de Dios?

No lo olvides… “Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos.”. ¡Dios te bendiga!

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