¿No te has sentido orgullosa alguna vez por algo que has hecho? Sabemos lo que es estar satisfechas por lo logrado, por esa meta alcanzada, o éxito obtenido con tanto esfuerzo: El ministerio, la carrera o profesión, el crecimiento espiritual, los talentos y habilidades, las batallas ganadas o pruebas afrontadas, etc.
El orgullo camina sobre una delgada línea entre el bien y el mal, se convierte en un sutil pecado, cuando perdemos de vista que todo lo obtenido proviene de Dios, que todo es por Su Gracia, y para Su Gloria.
En Ezequiel 28 e Isaías 14 podemos ver que el orgullo se originó en el mismo corazón de Satanás, en lugar de proteger el trono de Dios, deseó destronar al Todopoderoso, tomar su lugar y ser como Él. Esto lo condujo a la exaltación propia, a querer apropiarse de la gloria y del lugar, que sólo le correspondía a Dios.
En el Edén, plantó la misma raíz de pecado, al decirles a Adán y Eva que serían como Dios. Satanás cayó por orgullo, ellos cayeron por orgullo, y nosotros también lo hacemos.
El orgullo es el primer pecado que entró en el universo, y el último en ser arrancado, es el más obstinado enemigo de Dios. Santiago 4:6 y 1 Pedro 5:5 dicen que: «Dios resiste a los soberbios”; Proverbios menciona que: “Dios aborrece y mira de lejos al de corazón orgulloso.”
Santiago lo define como: el sentimiento de valoración de uno mismo, que se considera superior y por encima de los otros; es el exceso de estima y exaltación personal y de los propios méritos. Es la de deificación del yo, tiene un alto concepto de sí, y confía en todo lo que hace porque tiene la certeza de que puede hacer todo bien, y no hay nadie mejor que él.
En Lucas 10: 38-42 vemos que el orgullo es un Pecado de Posición, es el deseo de ser amos de nuestra vida, ocupar el lugar de Dios, y ser independientes de él.
Cuando el Señor entró a la casa, María reconoció quién era ella y quién era Jesús: Él era el Señor. Corrió a postrarse a sus pies, rendida ante el Soberano, ante Su Autoridad, escuchando atentamente sus palabras. Demuestra una actitud de respeto, reverencia, temor y sumisión. Cuando no valoramos la autoridad de Dios y su Palabra, colocamos cosas en su lugar, lo relegamos y lo reemplazamos por otras cosas que serán como Dios, es idolatría. Ponemos en el trono nuestros deseos, proyectos, carácter, planes, familia, carrera, ministerio, actividades, comodidad, criterio, los quehaceres.
Como en el corazón de Marta y el nuestro, el lugar del Señor lo ocupa el afán, las preocupaciones y la ocupación. Desviamos la mirada del Señor, lo escuchamos de lejos, y menospreciamos Su Persona y Su Palabra. El Señor es solo un espectador.
Jesús no condenó a Marta por todo lo que hacía, ni a nosotras; el Señor sabe cuáles son nuestras responsabilidades, Él condena el lugar que ocupan esas cosas y lo que provocan en el corazón. En nuestra vida muchas cosas son importantes, pero solo una sola debe ser preeminente; Spurgeon dijo: «aquello de lo cual el corazón depende, controla su mente, gobierna sus emociones y es objeto de sus deleites eso es su dios».
¿Quién está sentado en el trono de tu corazón? ¿Quién reina, gobierna y controla tu vida? Mateo 6:33 nos desafía a buscar en forma continua el gobierno, la autoridad de Dios. ¿Es su reino o tu reino? ¿Es Él tu prioridad, tiene la preeminencia? ¿Estás a sus pies con un corazón obediente y sumiso, o escuchas de lejos? ¿Eres negligente con tu tiempo de comunión y adoración, o deseas conocer y aplicar la Palabra?
Con nuestras acciones decimos que podemos vivir la vida sin Dios, que podemos decidir sin su guía, ser independientes y autosuficientes. Nos exaltamos cuando centramos nuestras vidas en nosotras mismas, es nuestro mundo girando alrededor de nosotras, es egocentrismo.
Es un Pecado de Perspectiva porque se cree superior, y se coloca por encima de los demás. Es cómo te ves a ti misma, a los demás, y a Dios. Se manifiesta en cómo pensamos de nosotras mismas, cómo nos relacionamos y tratamos a los demás.
Marta no estaba a los pies y menospreció al Señor, lo colocó en un lugar inferior, y se elevó ella misma a uno superior, buscando el reconocimiento de Él y de su hermana, a la que hizo participe y culpable de todo, y acercándose, dijo: “Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude.” Se puso por encima, lo cuestionó, reprochó, reclamó derechos, interrumpió su comunión con él, y crecimiento espiritual, a tal punto de ordenarle lo que debía hacer. Cuestionó su cuidado, sus promesas. Cuestionó su poder y omnisciencia ¿no sabes, no ves todo lo que estoy haciendo, lo que me está pasando y cómo me siento? Cuando no tengo un corazón rendido, el orgullo me hace creer que tengo derechos, produce cuestionamientos, quejas, malhumor, amargura, rencor, angustia, turbación, peleas, afectando las relaciones interpersonales y dificultando la convivencia con los demás, especialmente con los más cercanos. Lo primero que hacemos es hablar y manifestar lo que hay en nuestro corazón. La lengua puede dar vida o muerte, destruir o lastimar, matar relaciones, romper matrimonios, herir hijos, ser golpe de espada o medicina.
¿Encuentras fácilmente la falla en los otros y las verbalizas? ¿Tienes una lengua afilada, te quejas, criticas o corriges a los demás? ¿Te pones a la defensiva? ¿Interrumpes, eres argumentativa, quieres tener la última palabra? ¿Cómo es tu forma de hablar y trato?
En Romanos 12:3 dice que debemos pensar con cordura, no como desequilibradas sobre nosotras mismas. (Creernos superiores o inferiores a los demás, es orgullo, debemos vernos como Dios nos ve, y ubicarnos en el lugar correcto. No eres más porque te alaben, o menos porque te critiquen, lo que eres delante de Dios eso eres, y nada más.)
Por último, es un Pecado de Comparación, Marta se comparó con María, pensaba que estaba haciendo lo correcto, y María estaba equivocada. Que trabajaba mucho, y su hermana desperdiciaba el tiempo. Que estaba atenta a todas las cosas que debía hacer para el Señor, y a Él no le importaba, o satisfacía sus necesidades.
Nos comparamos con otros, y medimos nuestros logros confrontándolos con las debilidades del otro, para sentirnos mejor, disminuimos a los demás directamente o en nuestros pensamientos. La manera más fácil de mirar con orgullo es escoger a personas de menor conocimiento, crecimiento, o éxito. Es fácil encontrar debilidades en los otros a fin de compararlos con nuestros puntos fuertes.
Siempre vamos a encontrar a una mujer que no sea tan buena, dedicada, fiel, ordenada, buena madre, alumna o trabajadora como nosotras. La comparación siempre debe ser con Dios y el Señor, eso nos ubica y nos hace ver cuánto nos falta para reflejar la imagen de Cristo, El debe ser mi modelo y medida a comparar.
¿Cuáles son tus modelos para seguir, con quién te comparas? ¿Te ofendes fácilmente, eres impaciente? ¿Te preocupa mucho la apariencia, necesitas ser elogiada o sobresalir? ¿Compites, eres controladora, perfeccionista, te preocupas por el qué dirán? ¿Asumes tu responsabilidad cuando te equivocas o culpas a otros?
La misma amonestación que el señor le dio a Marta es la que nos hace a cada una. Una cosa es necesaria y María ha escogido la buena parte.
- Escoge someterte y humillarte bajo la Autoridad de su Persona y su Palabra. Se sincera y evalúa ¿Quién ocupa el trono de tu corazón, es tu reino o Su Reino? ¿Tiene el Señor la preeminencia en tu vida, o es solo un espectador? ¿Aceptas su guía, dirección y voluntad, o eres independiente? ¿Eres agradecida, le exaltas?
- Estima a los demás como superiores a ti misma. Escoge la humildad. Filipenses 2:3-5 nos lleva a tener un profundo sentido de pequeñez, a reconocer la grandeza de Dios, y a ver a las personas como Cristo las ve. Nos invita a tener el mismo sentir del Señor, que cuando vio a los discípulos pelear por un lugar o por quién sería superior, se puso en el rol de esclavo, y le lavó los pies. Dejó de lado sus derechos, se despojó, se humilló, para ponernos a nosotras en primer lugar, y morir para salvarnos. ¿Estás dispuesta a arrancar el orgullo y darle el valor a los demás que Cristo les da? ¿Hasta qué punto estás dispuesta a mostrar interés, entrega y amor sacrificial?
El problema del orgullo es que podemos reconocerlo fácilmente en los otros, pero no en nosotras mismas, y lo pasamos por alto. ¡Es hora de hacernos cargo! Pidámosle al Señor que revele el orgullo que Él ve en nuestra vida, y que nosotras no podemos ver, y así como María escojamos la mejor parte.
Me encantó! Muy desafiante. Dios les bendiga ricamente!! ❤️