Si hay una verdad comprobable muy fácilmente, es que todos somos distintos, nadie es igual a otro, aun los gemelos muestran diferencias, tanto físicas, como emocionales e intelectuales.
Dios nos ha dado a todas un entorno de pertenencia, una familia, amigos, personas con las que transitamos el camino de la vida; muchas veces las elegimos por afinidad, y muchas otras, las elige Dios para nosotros.
Tal vez pienses que las dificultades para entablar relaciones con las personas provengan de esta verdad, pero no es así; tal vez esta verdad ayuda a agudizar nuestras destrezas para conocernos aún más a nosotras mismas, y a Dios. El problema real es nuestro engañoso corazón, ¿Cuántas veces pensamos estar haciendo algo bueno por el otro, pero en realidad lo hacemos para nosotras mismas? Ya sea por quedar bien, por obtener reconocimiento, porque nos deban el favor, y cuántos otros motivos carnales que salen de nuestro malvado corazón. Ni que decir, de tener una relación impregnada de amor cuando estamos hablando de personas que nos molestan, que no entendemos qué es lo que quieren porque complican las cosas, o porque no devuelven bien por bien; es difícil para nosotras lidiar con nuestro propio pecado, para que tengamos que actuar movidas por amor hacia personas ¡tan pecadoras como nosotras! Es difícil si lo intentamos por nosotras mismas, pero si dependemos de Dios, y lo hacemos en el control del Espíritu Santo, algo sobrenatural puede pasar. Que el amor de Dios fluya, y nos atraviese tocando a las personas que nos rodean. Sabes, si ese amor sin condiciones, sin intereses mezquinos, sin hipocresías surge de nosotras, entonces podemos saber que el amor de Dios se manifestó en nuestras vidas.
Es importante hacer actos de amor, entrega y paciencia hacia las personas que nos rodean, como nos manda el Señor “Que nos amemos los unos a los otros, como Él nos amó”, pero ¿Nos estará moviendo el amor de Dios? ¿Entendemos realmente ese amor?
La Biblia nos presenta el amor de Dios. El amor es uno de los temas más mencionados, más enseñados y más importantes. El amor resume la Ley; cuando a Jesús le preguntaron, respondió en tan solo dos mandamientos: “amar a Dios, y amar al prójimo como a nosotros mismos”. En 1ra Juan 4:7 al 11 podemos leer sobre el amor las siguientes verdades:
“Amados, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios, y todo el que ama es nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor de Dios en nosotros: en que Dios ha enviado a Su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros y envió a Su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Amados, si Dios así nos amó, también nosotros debemos amarnos unos a otros.”
El amor no es nuestro, es de Dios, si recibiste su amor entonces puedes entregarlo; una persona que no recibió el amor de Dios no puede amar como Dios ama. No es que no exista el amor fuera de Dios, sí existe, pero no es ese amor sobrenatural, incondicional, genuino y que se da sin importar qué se recibe a cambio. Solo Dios puede amar a quienes no pueden retribuirle; solo Dios puede amar a quienes no lo merecen; solo Dios puede amar a quienes no quieren ser amados; solo Dios puede entregarse a sí mismo por sus enemigos; por lo tanto, amar como Dios ama es una muestra de la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas, Dios nos pide que amemos como Él amó, porque esto es posible para nosotras solo por medio de Él.
Amar como Él ama, es hacer por los demás lo que los demás no están dispuestos a hacer por vos; es tomar la iniciativa, ser la primera en hacer esa llamada, en enviar ese mensaje, en hacer ese viaje, en gastar ese dinero; es hacer lo que debes hacer, aunque la otra persona parezca no reaccionar. Amar como Él ama, es poner al otro antes que a vos; es pensar en sus necesidades antes que en las tuyas; es medir la relación por el beneficio para los demás y no para mí, sabes, amar es bendecir la vida de los demás, y como dice Dios “es mejor dar, que recibir”; cuando entregamos, compartimos, regalamos, cedemos, otorgamos a otros, no perdemos nada, al contrario, nos enriquecemos.
Si te está costando amar, si las personas te resultan difíciles de soportar, si estás pensando en el amor que los demás te deberían brindar, en lo que te deben, en lo que te falta, en lo desconsiderados que son contigo, entonces, no estás en el amor de Dios.
¿Quién no quiere que la vida resulte menos complicada, que las relaciones sean más fáciles, que las diferencias no se conviertan en muros infranqueables?, no podemos huir, escapar, o cambiar a las personas que nos rodean, lo que si podemos, es impregnarnos del amor de Dios, y ser el medio por el cual el amor de Dios fluya hacia quienes nos rodean, solo así verán a Dios en nosotras, y podremos llevar gloria a Su Nombre.