Perseverando en el sufrimiento

¿Te gusta sufrir? Sin duda que no, a mí tampoco, pero la vida cristiana conlleva dificultades. Las aflicciones forman parte de la experiencia cotidiana. Sin embargo, en medio de los conflictos propios de ser cristiano, la esperanza está por sobre cualquier circunstancia. La experiencia del sufrimiento y aflicción puede desconcertar a cualquiera, porque llega en momentos inesperados o como resultado de elecciones equivocadas en la vida.

¿Alguna vez ha notado que cuando ocurre una desgracia, después de que desaparece la conmoción inicial, nuestro primer pensamiento es a menudo, “¿Por qué yo?” De alguna manera, se nos ha ocurrido que el trabajo de Dios es hacernos felices y mantenernos felices. Después de todo, Dios, ¿no es así? ¿Y Dios no lo sabe todo? ¿No sabe Él que nuestra situación actual no es muy agradable?

 

Cuando estamos sufriendo nos cuesta ver a Dios en medio de esa situación y ¡cuántas veces lo culpamos de nuestro dolor!

Romanos 12:12 en la traducción de la Biblia de las Américas dice “… perseverando en el sufrimiento…”

La esperanza de la salvación futura estimula el gozo presente; tanto así, que los hijos de Dios llegan a ser capaces de perseverar en medio de la aflicción. Esta perseverancia indica la fuerza de resistir bajo presión, y la aplicación persistente de dicha fuerza. No es producto de la sabiduría o habilidad humanas, sino de la gracia de Dios.

Las aflicciones o tribulaciones son elementos comunes a la vida de todos los creyentes. Sin embargo, en cualquier circunstancia en la que te encuentres hoy, descansa en el poder de Dios, manteniéndote fiel, como el Señor demanda (Ap. 2:10). El creyente no debe temer en nada, ya que Dios mismo advierte a los suyos que pasarían por dificultades y aflicciones.

La fe cristiana sale fortalecida en medio de las pruebas. Es el crisol espiritual que hace más fuerte y mejora la calidad de la fe. El apóstol Pedro enseña esta verdad cuando escribe: “En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual, aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1 P. 1:6–7). Las pruebas y aflicciones vienen a la vida del cristiano porque Dios lo permite. Las pruebas tienen el propósito de examinar la fe. La vida de fe es comparada con un metal precioso y se demuestra que es más valiosa que el oro que perece, es decir, se desgasta. El segundo objetivo de la prueba es purificar la fe, que siendo “mucho más preciosa que el oro” ha de ser purificada por medio del fuego de las pruebas. El resultado final de la prueba de la fe es que “sea hallada en alabanza, gloria y honra”.

El modo de afrontar las dificultades es, según el apóstol, siendo pacientes. El verbo expresa la idea de una capacidad para soportar perseverantes bajo un peso. El creyente se somete a las dificultades y con paciencia aguanta el peso de la prueba. Se mantiene gozoso bajo el sufrimiento porque sabe que es también una concesión de la gracia, lo mismo que la salvación (Fil.1:29).

Las fuerzas para perseverar en medio del sufrimiento provienen de Dios y debes buscarlas mediante la oración, en dependencia de nuestro Salvador. Es Dios el que esfuerza al creyente, porque es Dios quien da las fuerzas, porque “Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas” (Is. 40:29).

No sé por lo que estás atravesando hoy, pero de algo estoy segura, ¡¡NO ESTAS SOLA!! Recuerda lo que dice el Salmo 46:1,11 “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. El Señor de los Ejércitos Celestiales está entre nosotros; el Dios de Israel es nuestra fortaleza.”

Tal vez has salido de un desierto, o quizás te aproximes a uno… o puede, incluso, que en este preciso instante tus pies estén enterrados en la ardiente arena de una duna. Sea como fuere, busca la cruz. Hay una en cada desierto y a su sombra nace el oasis más refrescante que puedas imaginar.

¿Dónde está puesta tu mirada? ¿En Dios o en los problemas?

¿A qué promesas te estás aferrando en este tiempo? ¿Las conoces?

 

 

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