Perdonar ¿Es posible?

El perdón es un tema con el cual todas nos podemos identificar. Primeramente, porque como hijas de Dios, Él nos ha perdonado y aceptado en su familia. Podemos decir que nuestro mayor ejemplo de perdón lo encontramos en Cristo. Jesús mismo estando en la cruz, pidió al Padre que perdone a aquellos quienes le crucificaron (Lucas 23:34). Aún en su máxima agonía, Él seguía viviendo el perdón. Es en Dios donde encuentro el perdón. Salmos 130:4, dice: “Pero en ti hay perdón, para que seas reverenciado” (ver también Colosenses 1:14). Perdonar no es olvidar. Si alguien te ha lastimado, y causado heridas en tu corazón, es imposible de olvidar, pero el perdón tiene la idea de no traer a la memoria, no echar en contra, o dejar pasar la ofensa; y esto es lo que Dios precisamente hace con nuestro pecado. Miqueas 7:18-19 dice:

“¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia. El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados”.

También Dios dice que nunca más se acordará de nuestros pecados y transgresiones.

Corrie Ten Boom, fue una mujer holandesa que estuvo presa en un campo de concentración por salvar a judíos, durante la Segunda Guerra Mundial; vivió muchísimas situaciones en su vida, en las cuales, años después pudo perdonar a aquellas personas que tanto mal y daño le habían hecho. ¡Ella nos enseña tanto en cuanto al perdón! Corrie solía decir: “Cuando Dios perdona, sepulta mis pecados en lo más profundo del mar, y después coloca un cartel que dice: Prohibido pescar”. Cuando decido perdonar, decido no traer a la memoria la ofensa, el cartel dice: ¡“Prohibido pescar”!

“Perdonar es un acto de la voluntad, y la voluntad puede funcionar independientemente de la temperatura del corazón” (Corrie Ten Boom). Es que perdonar es una decisión. La Biblia me anima, estimula, pero también me manda a perdonar. ¿Pero por qué debo perdonar? Porque el perdón me hará libre. El perdón me libera de la carga que llevo, del odio, del resentimiento, de la amargura. El perdón es la llave que abre la puerta del resentimiento y las esposas del odio. Es el poder que quiebra las cadenas de la amargura y los grilletes del egoísmo.

El perdón debe ser de todo corazón (Mateo 18:35) y debe ser otorgado a todo aquel que me haya hecho algo (Marcos 11:25).

José fue un hombre que supo perdonar. Ese perdón lo hizo libre. Dejó a un lado quizá el resentimiento, dolor que sus hermanos le habían causado y decidió perdonarles, y en la Biblia hay diferentes ejemplos de personas que supieron perdonar. Para avanzar en mi vida cristiana debo perdonar. Si hay cosas en mi vida que estoy cargando y no puedo dejarlas a los pies de Cristo, voy a luchar toda mi vida con ellas, y serán un impedimento para avanzar en mi vida cristiana. Deja esa carga en manos de Dios, porque cuando no perdonas, esa situación se convierte en un peso y ese peso no te deja correr la carrera que tienes por delante. ¿Si Dios nos perdonó y nos perdona, quiénes somos nosotras para no perdonar a otros?

Hace muchos años atrás leí una historia, la cual ha quedado grabada en mi mente y corazón, y quisiera compartírtela.

Un joven estaba sentado solo en el autobús, y la mayor parte del tiempo miraba por la ventanilla. Estaba en sus veinte años, la ansiedad de su joven rostro enternecía el corazón de la mujer con aspecto de abuela que estaba sentada del otro lado del pasillo. El autobús se acercaba hacia las afueras de un pueblito, cuando esta mujer se sintió intrigada por este joven, y atravesó el pasillo, y pidió permiso para sentarse al lado del joven.

Después de hablar unos momentos, él le conto: “He estado en prisión dos años. Acabo de salir esta mañana, y voy a mi casa.”

El joven siguió contándole que había sido criado en un hogar pobre, y que su delito había traído vergüenza a su familia. En aquellos dos años no había sabido nada de ellos. Eran demasiado pobres para viajar hacia donde él estaba, y sus padres no sabían lo suficiente como para escribirle. Él había dejado de escribirles cuando no llegaban respuestas. Tres semanas antes de ser liberado, le escribió una carta desesperada a su familia, les dijo cuánto se arrepentía por haberlos defraudado y les pedía perdón. También les decía que sería liberado, y que tomaría el autobús hacia su pueblo, el que pasaba por el frente de la casa donde había crecido y donde sus padres todavía vivían. En su carta, dijo que el comprendería si no podían perdonarlo, por eso deseaba facilitarles las cosas, por lo que les pedía una señal que el pudiera ver desde el autobús. Si lo habían perdonado, y deseaban que regresara a la casa, podían atar una cinta blanca a un viejo manzano que había frente a la casa, si la señal no estaba el seguiría de largo en el autobús, abandonaría el pueblo, y permanecería alejado de sus vidas para siempre. Mientras el autobús se acercaba, el joven estaba nervioso y ansioso, a tal punto, que tenía miedo de mirar por la ventana porque estaba seguro de que no habría una cinta.

Después de escuchar su relato, la mujer le pregunto: “¿Te ayudaría si cambiamos de asiento, y yo miro por la ventana en tu lugar?”

El autobús siguió unas pocas manzanas más, y entonces ella vio el árbol. Suavemente tocó al joven en el hombro, y conteniendo las lágrimas dijo:

“Mira! ¡Oh mira! ¡Todo el árbol está lleno de cintas blancas!”

¡Que hermoso es saber que así es el perdón que obtenemos de parte de Dios! Ojalá podamos nosotras tener esta misma clase del perdón hacia nuestro prójimo.

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