La necesidad de paciencia

Recuerdo que cuando era una adolescente observaba a las personas adultas y las veía, con frecuencia, irritadas y malhumoradas:

  • madres apurando a sus hijitos pequeños que caminaban más lento de los que las expectativas de los adultos esperaban,
  • docentes gritando a sus jóvenes estudiantes,
  • líderes quejándose de que las personas tomaban malas decisiones,
  • mujeres resoplando descreídas frente a una iniciativa de sus esposos,
  • hijos respondiendo con aspereza a sus padres ya ancianos,
  • jóvenes revoleando los ojos y siendo irónicas cuando sus amigas están insistentes con un tema,
  • empleados murmurando de sus jefes.

Al ver esos cuadros incómodos, esos rostros endurecidos, intolerantes y sin gracia, me prometí que yo nunca sería así. Pero, lamentablemente, con más frecuencia de la que me gustaría, me encuentro siendo protagonista de alguna de estas tristes escenas.

Como mamá de tres niños pequeños, profesora de Literatura en una escuela secundaria y esposa de un líder de iglesia, observo que diariamente la tendencia natural que tenemos es a perder la paciencia. La presión, los plazos a cumplir, las demandas continuas, la responsabilidad, los reveces inesperados, la tiranía de lo urgente, las pruebas, la realidad del pecado y un sinfín de situaciones que se presentan pueden transformarnos en una persona que no queremos ser. Y no quiero ser una mujer que responde mal, que constantemente está irritable, que levanta la voz y que es impaciente.

Y es allí, cuando me pierdo en el propósito, cuando el Espíritu Santo me confronta y me muestra que estoy errando. Esas imágenes que me espantaban en mi juventud son pobres estereotipos de mujeres: “una madre agotada”, “una profesora gritona”, “una sierva de Dios intolerante”, “una amiga irritable”, “una empleada quejosa”. Los estereotipos son representaciones inexactas o caricaturescas; pero, por el contrario, existe el arquetipo que es el modelo original, es decir, una pauta a imitar, un ejemplo a copiar.

Hay un patrón de mujer auténtica que Dios tiene para sus hijas y que debemos aspirar. Más allá de nuestra individualidad (nuestra peculiaridad, nuestro temperamento único, nuestra personalidad original, nuestras maneras características y el propósito especial que Dios tiene para nosotras) hay rasgos de carácter que tienen que estar, crecer y evidenciarse en nosotras. Y una de esas marcas distintivas de las hijas de Dios debe ser la voluntad de ser paciente con todos.

La paciencia es perseverar con una buena actitud aun estando bajo presión. No significa solo aguantar o resignarse. Tampoco de ser indulgente o hacer como que no pasó nada. Se trata de una resistencia activa y consciente a la adversidad, tomando fuerzas de lo alto, dándole lugar al Espíritu de Dios que es una fuente “de amor, de poder y de dominio propio” (2°Timoteo 1:7). Justamente, en Gálatas 5:22 se dice que la paciencia es parte del fruto del Espíritu Santo en nuestra vida, es decir, el resultado de una vida que busca llenarse de Dios.

Debo reconocer que una de las situaciones que desafía mi paciencia cada día en este momento de mi vida es cuando debo corregir a mis hijos: Juan Bautista tiene 8 años, Gabriel tiene 4 y Esperanza 1 añito. Los niños poseen esa belleza y ternura inigualable, pero también son movedizos, torpes, inmaduros en sus emociones, imprudentes en sus palabras y desafiantes. Y, aún con toda su inocencia, ellos ya evidencian el pecado y rebeldía que mora en su naturaleza humana. Entendemos por la Palabra de Dios que las madres debemos enseñarles, guiar y corregir, y que esa crianza y disciplina debe ser justa para no provocarlos, ni irritarlos, ni lastimarlos (Efesios 6:4). Sin embargo, a veces su pecado es tan reprobable que sentimos mucho enojo, estamos airadas y tenemos deseo de gritar y de descargar nuestras palabras más amargas hacia ellos. Estamos tan frustradas y, en muchos casos, si su mal comportamiento fue en público, estamos avergonzadas y con sentimientos de violencia.

Y la Biblia es tan sabia y nos aconseja con tanta justeza para poder lograr el equilibrio en esta área de la vida que es la maternidad, como en cualquier otra situación que nos toque manifestar la paciencia.

En Proverbios 19:18 dice:

Corrige a tu hijo mientras haya esperanza,  pero no se exceda tu alma para destruirlo.

También dice el apóstol Pablo en Efesios 4:26 Airaos, pero no pequéis”. En otras palabras: es lícito enojarnos, es lógico que algunas cosas nos irriten y nos hagan perder la paciencia; pero esa emoción no justifica el pecado. No podemos destruir el corazón de las personas que amamos con palabras y golpes descontrolados por una explosión alterada. Si estamos corrigiendo a un niño, o a un joven o cualquier persona a la que queremos ponernos como ejemplo, la primera lección que debemos dar es esta: ser capaces de mantenernos fieles a la fe y estar en control de nosotras mismas aún en el calor de las emociones más extremas. Es una contradicción: No podemos corregir el pecado pecando.

La paciencia es un rasgo de carácter que nos debe distinguir; la perseverancia, la resistencia y la longanimidad. Somos ejemplo cuando nuestra actitud es consistente, auténtica y coherente; cuando nuestra manera se condice con nuestras palabras. La mejor manera de impactar a otros con el evangelio de Jesucristo es simplemente siendo como Dios es y Él es paciente (Romanos 15:5). Él es lento para enojarse y trata con amor a su pueblo, aun cuando somos inconstantes y desleales. El Señor, además, con los que todavía no son suyos, a pesar de las repetidas provocaciones, retiene su ira. Aún con todo su poder y autoridad, Dios no fuerza a nadie, espera con amor el proceso de fe de cada persona, hasta que decida dar el paso de creer y ser salvo (2°Pedro 3:9).

Deseo que Dios nos ayude a buscar crecer en esta gracia que es la paciencia:

  • Con quienes más amamos, los más cercanos. Que podamos ser en privado ese arquetipo de mujer que Dios desea que seamos: pacientes, llenas de gracia, amor, poder y dominio propio.
  • Con quienes están en formación y nos tienen como ejemplo: hijos, alumnos, personas que pastoreamos, que son más nuevos en la fe o no conocen al Señor. Que seamos consistentes, coherentes y un modelo fiel en nuestras acciones de lo que decimos en nuestras palabras: controladas, con firmeza y verdad, pero sin destruir al otro.
  • Con quienes nos son contrarios. Que la lectura de su Palabra y el estudio de la vida de Cristo nos inspire en esta búsqueda de responder con gracia aún frente a la contrariedad, la hostilidad y las amenazas. Tal como Jesús, encomendando las causas injustas al que juzga justamente (1°Pedro 2:23).

“Ser pacientes con todos” es el desafío.

 

Preguntas para seguir pensando:

  • ¿Cuál es mi arquetipo, mi modelo de mujer? ¿Estoy siendo la mujer Dios quiere o solo un estereotipo devaluado?
  • En mi vida diaria ¿Predomina la gracia y el autocontrol? ¿O prevalecen los gritos, la intolerancia y la irritabilidad?
  • ¿Oro por mi carácter y le pido al Espíritu Santo que me auxilie, o doy rienda suelta a mis explosiones emocionales?
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1 comentario en “La necesidad de paciencia”

  1. Avatar

    A lo largo de la vida he visto situaciones que me han sacudido, han dejado una mala sensación un trago amargo, y le doy gracias al Señor por enfrentarme a eso, son lecciones que me enseñaron a retener lo bueno y desechar lo malo.
    Hoy me enfoco en lo que dice el salmo 17:15.
    Aprecio el devocional sobre la paciencia, es algo en lo que estoy trabajando con la gracia del Señor día a día.

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