Con un corazón devoto

El que me conoce, sabe que guardo como recuerdo cada carta, tarjeta o dibujo que me regalan. En ellas noté que casi todas terminan con la frase: “¡Te quiero!” o “¡Te amo con todo mi corazón!”. Pensando en esta frase, recordé otras como: “me rompés el corazón” que usamos cuando nos desilusionan o lastiman; “no tenés corazón”, o “tenés un corazón de piedra” cuando son duros o insensibles con nosotras; “es de buen corazón” cuando describimos a una buena persona; “abrí el corazón” cuando queremos que alguien nos comparta algo secreto; “tengo el corazón en la boca” cuando nos asustamos, o “con la mano en el corazón” cuando hablamos con sinceridad y franqueza. Es interesante que todas involucren al corazón, porque es la manera que tenemos de expresar nuestros afectos, sentimientos y emociones por otros.

La Biblia utiliza la palabra corazón muchas veces. Como vimos, nuestro corazón es donde se asientan nuestras emociones y sentimientos (2 Cr.17:6; Is. 65:4; Jn.14:1; Flp.1:7-8), y es correcto, pero también es la base de nuestra mente, voluntad y conciencia. Con el corazón pensamos (Gn. 17:17 Zac. 8:17); meditamos y reflexionamos (Lc. 2:19);  motivamos nuestras actividades y acciones (Ex. 36:2; 1 Cr. 22:19, Mc. 7:21-23); Activamos nuestra conciencia, y el sentido de condenación o culpabilidad cuando hacemos algo que no está bien. (Sal. 51:10)

Prov. 23:7 lo explica diciendo Porque cuál es su pensamiento en su corazón, tal es él”, el corazón es lo que somos interiormente, es nuestra parte interna que siente, piensa, y decide. Es nuestro carácter que se manifiesta en nuestra conducta a través de acciones y actitudes.

¿Cómo podemos amar a Dios con todo nuestro corazón?

Dios nos creó con corazón para que le amásemos intensamente, pero en realidad amamos muchas otras cosas también, la familia, los amigos y no está mal. Está mal cuando, invertimos las prioridades y Dios no es nuestro primer amor.

Jeremías 17: 9 dice Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; quién lo conocerá”, nos dejamos engañar y permitimos que las personas, las cosas del mundo y del ministerio cautiven nuestro corazón desplazando a Dios, quitándole el lugar que le corresponde y merece.

Amar a Dios es mucho más que tener buenos sentimientos por Él. Amar a Dios es un estilo de vida que involucra nuestros deseos, pensamientos, afectos, nuestras motivaciones, decisiones, prioridades y hasta nuestra voluntad.

Por esta razón, debemos reconocer las cosas que están compitiendo con Su lugar en nuestra vida, cosas que se están robando nuestra pasión, quizás amor por este mundo, el dinero, el placer, el egocentrismo, amor por uno mismo, las personas; o como le pasó a Marta, que su amor por el servicio, las actividades, el ministerio, la llevaron a relegar su amor y devoción por el Señor. Pídele a Dios que te ayude a identificar esos afectos y que te enfoque en Él.

Una vez, subrayé en mi Biblia todas las veces que en Colosenses 1:15-18 dice: ¡ÉL ES! Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en Él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de Él y para Él. Y Él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en Él subsisten; y Él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, el que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia.”

Esto me hizo pensar en: ¿Qué lugar le estaba dando verdaderamente al Señor?  Reflexioné en cuáles eran mis motivaciones, si todo era para Él y por Él, o para y por mí; si eran mis planes o los suyos; mi servicio o el suyo; mi control o su control; mi voluntad o la suya; en fin, mi reino o Su Reino.

“En todos los cristianos Cristo está presente, en algunos Cristo es prominente, pero en pocos Cristo es Preeminente ¿En qué grupo te encuentras? Seguramente como yo, hoy debes responderte esta pregunta en lo íntimo de tu corazón para saber si lo estás amando como solo Él lo merece, respetar su Persona, inclinarnos ante Él reconociendo quién es Él. ¡EL ES!  ¡Él es el Señor, es Dios, es el único digno de tener la preeminencia en nuestro corazón! Postrando nuestro corazón a su autoridad, colocando a Dios en el trono, que ocupe el primer lugar, que sea preeminente, que esté por sobre todo, que él sea el objeto de nuestro amor.

Spurgeon dijo “Aquello de lo cual el hombre depende, controla su mente, gobierna sus emociones, y lo que es objeto de sus deleites eso es su Dios”. ¿Es el rey de tu vida, de tus motivaciones, deseos y pensamientos? ¿Es el Señor que está por sobre todos tus afectos, sentimientos y emociones? ¿Es quién gobierna tu carácter interno, lo que eres cuando nadie te ve?

Debemos cultivar una devoción y entrega diaria sometiendo y rindiéndonos al Señorío de Cristo, con un sentimiento de profundo respeto, reverencia, temor y admiración por su Persona, por el Precio pagado, por su Poder demostrado en la cruz, y por su Palabra que obra en nosotras.

Rebalsar su Palabra. Un principio bíblico fundamental es que el amor a Dios requiere acciones. Amar a Dios significa guardar, obedecer sus mandamientos. Jesús nos enseñó que la obediencia es la mayor muestra de amor a Dios (Juan 14:15).

Es muy importante obedecer la Palabra de Dios, porque nuestro corazón, o sea nuestra forma de pensar, sentir y responder a sus mandamientos, serán el resultado del tiempo que pasemos cada día con Él, mirando su rostro en intimidad.

Proverbios 4:23 dice: » Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida.»  En otras palabras, hagamos todo lo posible por mantener el corazón puro llenándolo de la Palabra de Dios. Debemos protegerlo y guardarlo del pecado porque lo que somos proviene del corazón.

Tus acciones son el resultado de lo que llenás tu corazón. Lucas  6:45 dice: El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca”. Podemos decir que nuestra boca no solo habla, sino que nuestra mente piensa y nuestro cuerpo actúa. Lo que dejamos entrar en el corazón afecta como vivimos y actuamos, afecta nuestra conducta, así manifestamos exteriormente lo que somos interiormente.

Para amar a Dios con todo nuestro corazón, es necesario despojarnos de todo lo malo, y hacer abundar los pensamientos, deseos y la actitud de Dios en nosotros. Cuanto más nos llenemos de Su Palabra, meditando en ella todos los días rebalsaremos el fruto del Espíritu Santo y acciones que reflejen su Palabra y la persona de Cristo, sacando así lo malo de nuestro corazón. ¿De qué estás alimentando tu corazón? ¿Abunda su Palabra en vos, es evidente, rebalsás de ella? ¿Permitís que la autoridad de su Palabra te controle y transforme tu conducta y actuar?

Haz hoy una cita con el Cardiólogo divino, pídile que chequee tu corazón con su Espíritu y permite que su Palabra limpie, sane, te devuelva la pasión y rebalses de amor por Él. ¡Amá a Dios con todo tu corazón!

 

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