¡Hola! ¿Cómo estás? Si hoy, vos y yo, nos encontramos a través de esta lectura, es porque, seguramente, queremos aprender más de nuestro Salvador y meditar en su Palabra lo cual me anima y llena de alegría.
Bienvenida a esta nueva serie de devocionales, que se titula: “Vive en la Gracia”.
Hoy tengo el privilegio de comenzar esta serie compartiéndote un recordatorio: “Nunca olvides que sos salva por gracia”.
Pensar en la salvación y su conexión con la gracia de Dios hizo que me remontara directamente a mi infancia, particularmente a las clases de Escuelita Dominical, en donde nos explicaban de la forma más sencilla posible el significado de la palabra gracia.
Estoy segura de que, si vos también fuiste de pequeña a la iglesia, te quedó grabado tanto como a mí el concepto de que gracia significa “regalo inmerecido”.
Después, con los años, al continuar estudiando la Biblia uno se encuentra con que la gracia tiene muchas formas, y cada una de esas formas pareciera que te abre un mundo nuevo en el conocimiento de su amplio significado. A veces, confieso, me termino mareando con tantas formas que adquiere la palabra; basta con decir que hasta en el diccionario de la R.A.E. su significado tiene 15 acepciones.
No sé si alguna vez te pasó, pero recuerdo que cuando tenía tu edad me gustaba mucho arreglarme, y si había una ocasión especial tenía la excusa perfecta para empezar a ponerme de todo. Primero un poco de maquillaje, luego un peinado diferente, esmalte en las uñas, vestido, taco alto, bijou… me miraba en el espejo y entusiasmada empezaba a agregar un poco de cada cosa, hasta que al salir de casa me observaba en el reflejo de alguna ventana y me decía: ¿Por qué tanto? ¡No era necesario! Sospecho que no soy la única a la que le ha pasado, ¿no es cierto?
Y ¿a qué voy con todo esto? Hoy me gustaría que vayamos a la base, al criterio de que “menos es más”, a recordar el concepto de la gracia como aquel que se les enseña a los pequeños; a entender que muchas veces no es necesario añadir demasiado a lo que la Biblia misma y el Espíritu Santo nos revela.
Te invito a leer de forma pausada, y si podes en voz alta Efesios 2: 1-9:
“Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, 2 en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, 3 entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. 4 Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, 5 aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), 6 y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, 7 para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. 8 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; 9 no por obras, para que nadie se gloríe”.
Leo este pasaje y es como ver la esencia del Evangelio en unos cuantos versículos. En resumen, nos hablan de nuestra condición, de nuestro espíritu inoperante en cuanto a las cosas de Dios, de nuestra inclinación al pecado y la muerte espiritual; para luego dar un giro y contemplar el extraordinario y maravilloso cambio que se realiza en una persona pecadora, cuando el amor y la gracia de Dios se ponen en ejercicio a su favor activándose a través de la fe.
Como leí en un libro: “gracia es lo mejor del cielo para lo peor de la tierra.”
Si en algún momento depositaste tu fe en Cristo reconociéndolo como tu Salvador, es porque llegaste a ser consciente, al mismo tiempo, de la gravedad del pecado y de la inmensidad de la gracia.
Esa gracia por la que llegamos a la redención y salvación trae consigo dos virtudes en las que me gustaría que hoy meditemos. Me refiero a que le gracia trae a nuestras vidas libertad e igualdad.
Durante los últimos años estas dos palabras las hemos escuchado infinidad de veces. En los tiempos que vivimos, el ser humano se encuentra en una constante lucha para que seamos todos iguales y seres libres ¿te suena familiar? Bueno, eso es lo que la gracia nos regala junto con la salvación.
La gracia libera de la vergüenza, quita la culpa que sentimos y trae calma al alma. Nos conduce a una vida de plenitud, ya no somos esclavas del pecado, el pasado no nos condena. Como dice en Romanos 5, somos justas a los ojos de Dios por medio de la fe y tenemos un lugar de privilegio inmerecido. Podemos caminar ligeras sabiendo que el peso de nuestras rebeliones ha sido llevado por Cristo en la cruz y arrojado a las profundidades del mar. Esa gracia no tiene límites, es como cada nueva ola que toma el lugar de la otra sin destruir la anterior.
Esa gracia nos hace iguales, puede ser recibida por todos, no depende de nuestras obras. Ningún ser humano tiene el derecho de concedérnosla ni quitárnosla. Nadie es más o menos merecedor de la gracia que Dios en su amor y misericordia nos ha concedido.
Hace unos días, explicándole esto a mi hijo de 8 años, me dijo: o sea que la gracia es tanto para Messi como para cualquiera de nosotros. Y si, es así como podemos entenderla, aunque en nuestra mente humana limitada más allá de entenderla, lo mejor que podemos hacer es recibirla, disfrutarla y compartirla.
Por eso hoy, humildemente, quisiera que puedas tomar conciencia de esto y que, al meditarlo, agradezcas a Dios por esa gracia que te salva trayéndote libertad al alma y recordándote que no depende de vos, de tus logros, de tus obras, ni de tus cualidades, sino que Él la concede a todos por igual.
No puedo cerrar esta reflexión sin pedirte que, ahí donde estás, te animes en una actitud de oración a cantar el coro de esta canción; que fue lo primero que vino a mi mente al pensar en la gracia de Dios ¡Dale! Sé que la sabes y sino seguro tenes el celu a mano para buscarla, dice así:
“Gracia sublime es, perfecto es tu amor.
Tomaste mi lugar, cargaste tú mi cruz.
Tu vida diste ahí y ahora libre soy,
Jesús te adoro por lo que hiciste en mí”
¡Que Dios te bendiga!